Una
de las principales cualidades que definen a un adulto es la capacidad de hacerse
responsable de sus acciones, estas acciones fundamentadas en un sustento de
libertad nos hacen dueño de nuestro destino a la vez que impide responsabilizar
a los demás de ello.
Sin
duda alguna una de las principales características que tienen los niños es que no
son del todo responsables de lo que hacen, esta responsabilidad la irán adquiriendo
conforme vayan creciendo y teniendo en su persona esa madurez que permita
responsabilizarlos de sus actos.
Sin
duda alguna un escenario donde no somos del todo responsables de nuestros actos
es bastante cómodo, después de todo tenemos a quien echarle la culpa: nuestros
padres, los demás, la sociedad, el gobierno, ¡incluso Dios!, pero nunca uno.
Tal
vez pudieras pensar que una actitud como la que planteo es casi imposible de encontrar
en un adulto, pero eso no es así, al contrario, es mucho más común de lo que
crees, más común a la vez que más sutil.
Pon
atención en las conversaciones que sostienes con los demás y verás cómo es que
en muchas ocasiones para lo que hacen o dejan de hacer habrá siempre una justificación
externa, algo fuera de ellos que esgrimen como argumento para basar sus
acciones, en otras palabras, una mente aniñada desde el punto de vista de no querer
hacerse responsable de sus actos y que achaca a las demás personas o circunstancias
lo que le sucede.
No
estoy diciendo que lo que vivimos no nos afecte, para nada, estoy diciendo que los
últimos responsables de nuestra vida y de lo que somos, en una mente madura (con
carácter la llamo yo) somos nosotros mismos, no los demás ni lo que nos sucede.
Eso
es a lo que yo llamo carácter: dejar de llorar metafóricamente como niñitos achacando
a los demás lo que somos o lo que nos pasa y hacernos dueños de nuestras
acciones y por ende responsable de nuestras decisiones.
Intenta
a la otra que estés hablando de algo que hiciste o no hiciste, de alguna acción
o decisión que tomaste o no tomaste, sí dar el contexto en el cual se dio eso,
pero argumentar tu decisión, sea ésta a favor o en contra, como un acto emanado
de tu propia voluntad, de tu razonamiento, de tus gustos, en otras palabras algo que de lo cual solo tú eres
responsable y nadie más.
Este
ejercicio lo desarrollo con más ejemplos y con más tiempo en mis talleres de liderazgo
y el resultado es sorprendente pues cuando ante una frase explicativa que
alguien ha dicho donde justifica un hacer o un no hacer con base en los demás o
la circunstancias pido se reformule sustentando el argumento en uno, muchos ni
siquiera saben cómo plantearlo pues toda la vida han hecho responsables a
factores externos de lo que hacen o dejan de hacer.
No
son los demás, ni tu familia, ni el gobierno, ¡ni Dios! el responsable de tu
vida, mientras más pronto entiendas esto mejor pues entonces cual obrero
diligente te habilitarás con las herramientas que posees para hacerte dueño de
tu destino ya que al no tener a quien o a que culpar de lo que eres o haces no
te queda más remedio que trabajar con responsabilidad, con carácter, en tu
proyecto de vida.
Pasar
de un estado en la infancia de inocencia, sí, pero también de irresponsabilidad,
a uno en la madurez de plena conciencia y plena responsabilidad es algo
maravilloso que nos permite ser co-creadores de lo que somos y de lo que
podemos ser, así que no olvides que ante las oportunidades de la vida tú
decides, sí o no, pero que sea con carácter.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/6HmS6TBbIeY
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