viernes, 27 de diciembre de 2019

Cada meta no solo te lleva al éxito si no que además te acerca cada vez más a la persona que realmente eres



Todos hemos sentido en alguna ocasión el deseo de “ser alguien” en la vida, ese “ser alguien” no se refiere a otra cosa que llegar a ser uno mismo, solo que ese proceso requiere que en el camino logremos muchas cosas externas que evidencien esos cambios internos.

Desde el primer instante que un bebé llora para obtener algo tan básico como es el alimento, los seres humanos experimentamos en nuestra vida una constante necesidad por tener, por hacer, por poseer. Siempre estamos, por decirlo en cierta forma, inconformes con lo que somos, lo que tenemos o lo que poseemos. Siempre queremos más.

Esa perenne insatisfacción, que nos impele a continuamente estar en la búsqueda de algo más, es un reflejo de nuestro verdadero potencial: no estamos hechos para la mediocridad, sino para la excelencia, por eso no podemos conformarnos más que con la perfección.

Obvio que este deseo puede volverse crítico en nuestra vida si se desarrolla de manera patológica creando conflictos no solo internos con nosotros mismos sino incluso con las personas que nos rodean, pero por lo general es una fuerza dinámica que nos motiva a desarrollarnos, a crecer, a conquistar y conquistarnos.

Y en esto hay una pequeña trampa. Por nuestra propia naturaleza se nos facilita más lograr cosas externas a nosotros mismos: un negocio, una amistad, un estudio, una meta. Esta facilidad surge por el hecho de que las metas externas son fácilmente identificables tanto en cuanto lo que queremos como en cuanto al  indicador de cuándo lo hemos conseguido. Lo interno, nosotros mismos pues, es más difícil.

Pero la trampa, por decirlo así, es precisamente esa: lo que nos mueve a lograr cosas externas también nos va facultando para desarrollar nuestro potencial interno, ¿Cómo es eso? Simplemente con los retos, obstáculos e incluso las caídas que experimentamos.

Es como quien quiere levantar una pesa, de esas de muchos kilos, la meta impuesta lo llevará a entrenar y capacitarse hasta que pueda levantar la pesa, pero al mismo tiempo le desarrollará los músculos necesarios para ello y, más allá de ello, le dará una disciplina basada en la constancia del esfuerzo que finalmente lo conducirán a ser más que lo que era antes de iniciar su búsqueda de esa meta. Acabamos de mencionar que incluso las caídas sirven para el logro del propósito de convertirnos en lo que realmente somos, ¿por qué? pues porque las caídas nos hacen reconocernos humanos, nos dan una visión distinta de la vida, nos habilitan el carácter, nos fortalecen la intención y nos otorgan humildad.

En el caminar por la vida es bueno de vez en cuando detenerse para ver lo que se ha avanzado y lo que se ha conseguido, pero sobre todo para en una retrospectiva ver todo lo que hemos cambiado y como es que ese mismo andar nos ha ido moldeando, después de todo cada meta no solo te lleva al éxito si no que además te acerca cada vez más a la persona que realmente eres.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/FHfUkPErsAQ

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-el Hijo unigénito como revelador de Dios Padre-”, desde www.rocefi.com.mx  (Menú “Libros” Sección “e-book gratis”)



viernes, 20 de diciembre de 2019

Sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón!



Cuando hablamos de la vida todos tenemos en mente lo que quisiéramos lograr, lo que quisiéramos llegar a tener, lo que quisiéramos llegar a ser; ese deseo nos señala el potencial que todos como personas tenemos, potencial que requiere de nuestro esfuerzo para verse fructificado.

Vamos caminando por la calle, de repente vemos en el aparador de una tienda una camisa, un pantalón o un vestido que nos llama la atención. Su corte es tal cual nos gusta, lo mismo sus colores y la hechura en sí, entonces decidimos comprarlo pero cuando preguntamos por el precio simplemente nos desanimamos y nos vamos.

Esa historia que tal vez en más de una ocasión nos haya pasado, la experimentamos también, y en mayor escala por los efectos de la misma, en nuestra vida cotidiana. Metas que deseamos alcanzar, pero cuyo precio no estamos dispuestos a pagar.

Al igual que la historia inicial, todo en esta vida, sino es que la mayoría, puede ser alcanzado; al igual que la historia inicial, todo en esta vida que puede ser alcanzado, tiene un precio. Cuando hablamos de precio no nos estamos refiriendo necesariamente a una cuestión monetaria sino a esa contraprestación que necesaria y forzosamente deberemos dar a cambio de lo que deseamos lograr. ¿Cuál puede ser este precio?, puede ser dinero, claro, pero también tiempo, esfuerzo, sacrificio.

Pensemos una dieta para llegar al peso o figura deseado, ¿qué implica? Pues mucha disciplina y sacrificio para contener el deseo de comer y poder así lograr la meta deseada. Ahora pensemos en algo de más alcance como una carrera profesional, ¿cuál sería ahí el precio a pagar?, claro está que hay una parte monetaria implícita referida a las colegiaturas que se paguen, pero más allá de eso está el tiempo y el esfuerzo dedicado a aprender los contenidos de las asignaturas y desarrollar las habilidades profesionales requeridas para ello.

¿Y en nuestra vida?, ¿qué situaciones de valor familiar, social o comunitario consideramos relevantes como para ser alcanzadas y, más importante aún, qué se requiere para ello? La familia, los amigos, la sociedad, cualquier tipo de relación necesaria y forzosamente de inicio requerirá de tiempo y en segundo lugar disposición, tiempo para dedicarle a la relación y disposición para crecer en ella.

En una ocasión, en un taller de emprendedurismo, les pedí a todos los presentes –y ahora te lo sugiero a ti- que en la mitad de una hoja pusieran diez, tan solo diez cosas que quisieran lograr en la vida antes de que ésta terminara. Obvio que con la perspectiva de conclusión de la vida todos pusieron metas de extrema relevancia para ellos. Después de que concluyeron esta primera parte del ejercicio les pedí que en la segunda mitad de la página, relacionada con cada una de las metas primarias, pusieran las acciones que estaban realizando para conseguir dichas metas. No es necesario decir que esta segunda parte estuvo más que deficiente en cuanto a contenidos. ¡Todos tenían metas de relevancia que lograr en la vida, pero pocos eran los que estaban dando los pasos correctos para ello!

Te sugiero hagas ese mismo ejercicio. Para no abrumarte pon cinco metas y de esas cinco escoge la que consideres más importante y ponle acciones, pasos concretos que tengas que dar para alcanzarla y –obvio- dale seguimiento digamos una semana para ver que tanto avanzas hacia la meta. Si en una semana no has dado un paso concreto, es necesario revisar tus acciones para que éstas te lleven a la meta deseada.

Dice un dicho que “nada en esta vida es gratis” y tiene razón, incluso la vida misma no es gratis. La vida y los sueños que compartimos en ella requieren de lo que hagamos para concretizarlos, para hacerlos realidad, para hacerlos nuestros, después de todo sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón!

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 13 de diciembre de 2019

La constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo



Cuando uno avanza por la vida, la vida misma se encarga de darnos las lecciones requeridas para ello. Es una relación dinámica donde la vida nos da lecciones, pero las lecciones nos dan vida. Es así como en el aprender está el avanzar y en el avanzar el aprender.

Cuando vemos los grandes fenómenos naturales, es palpable la manera en que éstos reconfiguran el entorno. Un huracán, un tsunami, un terremoto, son fuerzas descomunales que pueden cambiar todo el entorno de un momento a otro. Pero de la misma forma hay fuerzas de la naturaleza que no le apuestan a la cantidad de energía requerida, sino más bien a la constancia de la misma.

Por ejemplo, el viento, con su acción constante, puede llegar a erosionar la roca más dura, solo que no sería en cuestión de días, meses o años, sino más bien de décadas o centurias. Así como el viento otras fuerzas como el agua e incluso el andar de los seres vivos, van haciendo cambios que de inicio se antojan imperceptibles pero cuyos resultados son visibles en el largo plazo.

De la misma forma, cada uno de nosotros tiene en sí ambas posibilidades: fuerzas considerables para generar resultados en el corto plazo, pero también la fuerza de la constancia para alcanzar resultados en el mediano y largo plazo.

En lo que respecta a nuestra personalidad, los cambios duraderos surgen en este segundo escenario, ¿por qué?, porque de la misma forma que la roca, nuestra personalidad tiene esquemas de pensamiento y comportamiento fuertemente arraigados que requieren de tiempo para ser modificados.

En una ocasión, en un taller de capacitación, le pedí a quienes participaban en él que nos dijeran una gran meta que tuvieran en la vida. Todos pusieron una meta de valor, a veces personal a veces profesional. La siguiente pregunta fue que si que requerían para lograr eso. Las respuestas fueron variadas, algunos decían que dinero, otros que tiempo, otros que tal o cual estudio, otros más que tal o cual paso o acción y demás. Mi comentario final fue el siguiente: “todos esto que acaban de señalar es correcto, se requiere para lograr las metas que han señalado todo lo que han dicho, pero de entre todo hay un ingrediente que no han mencionado y que es finalmente el que permite que todo suceda: constancia.”

La constancia es ese ingrediente que no puede ni debe faltar en ninguno de los proyectos que uno emprenda, es la fuerza interna que nos habilita para dar los pasos necesarios para alcanzar nuestras metas, es lo que nos mantiene cuando cansados nos sentimos y lo que nos empuja cuando andar más no queremos.

Esa constancia no es algo emocional, pero tampoco eminentemente racional, es una mezcla de lo que sentimos y de lo que sabemos. Esas dos fuentes le permiten a la constancia existir y subsistir a las pruebas que pudiera enfrentar. Las emociones nos llevan hacia lo que queremos, la razón hacia lo que necesitamos, y en momentos de prueba uno puede acudir a una de las dos o a ambas para sacar de nuevo energía.

Por ejemplo, si existe un momento de desilusión o depresión en el camino a la meta, la mente –fría, analítica y objetiva- puede entrar al quite para mostrarnos los por qué debemos seguirlo intentando. De la misma forma si racionalmente vemos obstáculos imposibles de conquistar, la parte emotiva puede surgir para motivarnos a seguir en el camino.

En el andar por la vida muchas veces la constancia logra resultados que racional o emocionalmente parecían imposibles de lograr, ya que la misma va generando sus propios caminos para hacer realidad las  metas, después de todo la constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 6 de diciembre de 2019

Llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente




El caminar por la vida exige un esfuerzo considerable; los retos, las caídas, los problemas que uno enfrenta requieren en ocasiones no solo de toda nuestra energía sino incluso un cambio en nuestra persona, si a esto le sumamos las manos de otros que se extienden buscando ayuda para conseguir sus metas nos daremos cuenta que ser líder es un esfuerzo que nos trasciende.

Toda persona, desde el momento mismo de tomar conciencia de ello, emprende a voluntad un camino lleno de sueños, deseos, y metas. Este camino está lleno de obstáculos que tienen la finalidad, no de desanimar a quien lo transita, sino de habilitarlo para cada vez mayores empresas.

Esta habilitación a veces tarda un poco más de tiempo y en ocasiones puede frustrarse si quien se enfrenta a los problemas se deja abatir por ellos. Independientemente la vida seguirá su curso y nos dará una y otra vez la oportunidad de demostrarle y demostrarnos de lo que somos capaces.

Y es en este demostrar y demostrarnos de lo que somos capaces donde se obra el  milagro.  El milagro de llegar a ser más de lo que creíamos, esperábamos o siquiera intuíamos. El milagro de terminar el camino completamente diferentes a como lo empezamos pero siendo los mismos. El milagro de convertir alquímicamente los más grandes momentos de oscuridad en una luz radiante. Pero tal vez el milagro más grande sea el de darnos cuenta que, aún muchas veces en nuestra miseria, somos capaces de ayudar, apoyar, soportar y enriquecer la vida de los demás.

La reflexión anterior a veces puede parecer demasiado optimista, sobre todo por el último párrafo expresado, así me pasó una vez cuando pregunte en un taller de motivación que si quienes de los que estaban ahí presentes creían que podían ser luz y faro para los demás, no sé si por falsa humildad o de plano por no creerlo, ¡nadie levantó la mano! Viendo eso mi pregunta siguiente fue que si quien creía que un empleado bancario, aunque ganara el mínimo, podría otorgarles un prestamos por miles de pesos, todos levantaron la mano. Luego entonces, les dije, si alguien sin un solo peso puede dar tanto dinero, ellos con tanto a su favor –salud, trabajo, familia, amigos, ¡sueños!- como no iban a poder dar mucho más.

¿Qué el símil no es lo mismo? Claro que sí: el empleado bancario dispone de dinero que no es suyo pero que puede administrar, nosotros disponemos de dones que no son nuestros, en el sentido de haberlos diseñado o creados, pero que sí podemos administrar, y en esa administración tender lazos hacia los demás que nos permitan una dinámica de apoyo mutuo y superación.

¿Te parece, como hemos comentado en párrafos anteriores, milagroso esa transformación que experimentas en tu andar? ¡Ahora imagínate que tú mismo seas parte de la causa de la transformación de otros! Que los ayudes, orientes, y apoyes.  Lo mejor de todo: que no necesites hacer algo extraordinario sino vivir tu vida con congruencia, carácter y rectitud.

La verdadera maravilla de la vida es que siempre detrás de lo ordinario se esconde algo extraordinario y de lo rutinario algo asombroso, y que tú puedes llegar a ser más de lo que creías ser e incluso ayudar a otros a brillar, y no olvides: llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 29 de noviembre de 2019

El nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta



Las acciones que uno emprende siempre tienen una intencionalidad, pero si la mirada solo está puesta en la meta, el camino hacia ella puede parecernos bastante largo, penoso y por lo tanto desalentador

¿Alguna vez te has preguntado el por qué en un viaje siempre nos parece que el regreso es más corto que la ida? Te sorprenderás al saber que para esto hay una base seria porque según los científicos existe el llamado “efecto del viaje de regreso” que hace que el retorno parezca entre 17% y 22% más rápido que cuando nos desplazamos al lugar que visitamos. ¿Sabes por qué sucede esto? Porque, según las investigaciones, la gente espera que el viaje de ida sea más corto de lo que será. Por ello el viaje de regreso se siente más rápido.

Ahora extrapola esa sensación al caminar por la vida, imagínate la expectativa generada por nuestras acciones, nuestras luchas, nuestro andar. Piensa en todas las cosas que hacemos y que en mayor o menor medida tienen un objetivo fijado. Ahora de esas fíjate en aquellas que son de peso y valor para ti, la mayoría de ellas implicará tiempo y esfuerzo para ser alcanzadas. Si la expectativa está en lo que falta para llegar, el camino parecerá más largo.

Lo anterior no quiere decir que no pensemos en la meta, al contrario, significa que no pensemos en ella con ánimo aprensivo que nos impida disfrutar del camino mientras avanzamos en él. Henry Ford decía que los obstáculos es lo que llegas a ver cuando quitas tu mirada de la meta.

El avanzar en la vida requiere decisión, para ello se necesitan metas de valor fijadas en nuestro camino y acciones decididas que nos conduzcan hacia ellas, pero curiosamente la vista debe estar puesta en la meta y las acciones en nuestro andar, el camino que falta por recorrer, lo aún no logrado u obtenido, no debe ser el parámetro para evaluar nuestro andar, ¿por qué? porque siempre será más lo que nos falte por hacer que lo que ya hayamos hecho, incluso cuando se alcance la meta se abrirán nuevos caminos los cuales por lógica aún no habrán sido recorridos.

Pero lo peor es que, aunque tengamos en claro lo que queremos lograr y cómo vamos a alcanzarlo, el camino nunca es como lo pensamos, hay situaciones inesperadas o contingencias que lo hacen más largo o más corto, así que, si no podemos saber exactamente cuánto nos falta para llegar, pensar en eso solo nos desgastará.

¿A qué viene esto? Precisamente a hablar de ese sentimiento de abatimiento que en ocasiones todos experimentamos cuando, quitando la vista de la meta, vemos (o más bien creemos ver) el camino que aún nos falta por avanzar.

¿Y qué hacer cuando sobreviene un sentimiento como el anterior? Solo hay dos cosas por hacer, una pasiva y otra proactiva y las dos deben hacerse. La pasiva es descansar, tomar un respiro, sentarse un momento (metafóricamente hablando) para recuperar energías y continuar nuestro andar. La otra cosa por hacer, la proactiva, implica el ver y valorar todo lo que se haya logrado obtener hasta la fecha, no solo en el caminar hacia una meta dada, sino en toda nuestra vida. Esto nos permitirá desahogar esa frustración que en un momento dado nos llega a embargar a todos y al mismo tiempo sacar fuerzas que se sustenten en nuestra capacidad de logro.

Lo único que te separa de la meta son las acciones que tienes que dar para alcanzarla, y lo único que puede detenerte es que te fijes en lo que falta aún por hacer más que en la meta que deseas logar, así que concéntrate en tu meta y avanza con decisión, después de todo el nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 22 de noviembre de 2019

Dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla!



Así como la vida está hecha para vivirla, los problemas que la vida traen están hechos para ser resueltos, y en esto lo primero a resolver es nuestra propia actitud precisamente ante estos retos.
           
Un común denominador en todos los temas de ayuda y auto-ayuda es que el primer paso para superar un problema es precisamente el querer superarlo. En ocasiones los retos de la vida son de tal magnitud que la persona que los vive, si bien está inconforme con ellos, se encierra en sí misma con una imposibilidad de avanzar en su situación.
           
Hay un chiste que dice que estaba una persona vendiendo manzanas y en eso llega un señor y después de preguntarle cuánto costaban las manzanas le dice que le comprará todas las que tiene, entonces dicen que el que las vendía se negó a venderle todas las manzanas ya que ¡después no tendría nada que vender!

En ocasiones nuestra actitud ante los problemas se parece a la del vendedor de la historia ya que si cambiamos de actitud ante los problemas para resolverlos ¡no tendríamos ya justificación alguna para sentir lástima por nosotros mismos!, es decir, nos quedaríamos sin las manzanas de la autocompasión que nos permiten tirarnos, deprimirnos, detenernos, estancarnos, lo cual siempre será una actitud más cómoda que esforzarnos, luchar y salir adelante.

Ahora bien, esa actitud positiva requerida y de la cual hemos venido hablando no quiere decir para nada una actitud de auto-engaño, que quede claro: los problemas no se van a resolver solo por una buena actitud, pero una buena actitud es requerida para dinamizar esa solución.

Dicen que una persona perdió su casa en un incendio y que mientras veía arder su hogar se acercó un vecino al cual le asombro lo optimista que se veía el primero, el vecino le pregunta que si como es que estaba tan optimista a lo que el otro le respondió que su tranquilidad se sustentaba en dos cosas, una era que una actitud negativa no cambiaría las cosas y la otra era que una actitud negativa sí le quitaría su buen ánimo, así que no había motivo para no tener una actitud positiva.

Esa actitud positiva nos conduce a una plenitud de recursos para encarar los problemas que enfrentamos, contrariamente a cuando nos dejamos estar mal y que prácticamente cerramos la posibilidad de buscar formas de alzarnos sobre los retos que enfrentamos, y siendo extremadamente pragmáticos, incluso en el caso de que es actitud positiva no pudiera resolver nada, al menos nos hace estar bien con lo cual ya es ganancia.

Esa actitud positiva es el primer paso, el siguiente es la actitud pro-activa que nos permite iniciar acciones para buscar las respuestas a los problemas que enfrentamos. Esa pro-actividad es como buscar a tientas en la oscuridad un interruptor, no sabemos dónde está pero si no lo buscamos nunca lo encontraremos y por lo tanto seguiremos en tinieblas.

La actitud positiva más la actitud pro-activa es esa búsqueda a tientas de la solución a nuestros problemas. El tenerlas no los resuelve, así como el buscar en la oscuridad a tientas el interruptor de luz no lo localiza automáticamente, pero en ambos casos son las acciones y las actitudes correctas que permitirán conseguir conquistar nuestros retos.

No podemos esperar a que los problemas que enfrentamos se resuelvan solos, esperarlo solo nos consume tiempo valiosísimo de nuestra vida, la actitud correcta implica un optimismo y una pro-actividad que nos permita pelear con éxito las batallas que se nos presenten, después de todo dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla!

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 15 de noviembre de 2019

A veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo




Cuando hablamos de andar por la vida y de enfrentar las batallas cotidianas, un pensamiento puede ser el de las conquistas de lo que se desea obtener, y esto es correcto, pero también es correcto que existe otra línea de pensamiento relacionada con defender nuestra integridad como personas ante los embates del mundo.

Cuentan que en una ocasión llegó un predicador a un pueblo de pecadores con la intención de cambiarlos, dice la historia que durante años y años y años gritaba y gritaba a todo pulmón que se arrepintieran, que dejaran de hacer lo malo que hacían, y que sus vidas las volvieran ejemplo de rectitud. Pasan los años y la gente seguía igual, sino es que peor, a lo que una persona del pueblo le pregunta “Oye, ¿por qué sigues gritando? ¿No ves que la gente no te hace caso y, es más, está peor que antes?”, en este punto de la historia dicen que el predicador, ya viejo y cansado pero aún con ánimos de seguir peleando le respondió “¿sabes?, al inicio yo gritaba y gritaba y gritaba con la intención de cambiarlos a todos ustedes, pero ahora, si sigo gritando es con la única intención de que ustedes no me cambien a mí”.

En la vida habrá muchas batallas que pelear, en algunos casos éstas tienen que ver con las metas que queremos lograr, con los objetivos que queremos conseguir y con lo que finalmente queremos llegar a ser; pero también hay otras batallas que no debemos descuidar, son esas batallas, evidentes o sutiles, donde el mundo busca cambiarnos, a veces para someternos, para conformarnos o para resignarnos.

Éstas últimas batallas son las que debemos temer de fracasar ya que mientras en las primeras lo único que se pierde es el no lograr algo que quisiéramos, en las segundas es nuestra propia persona, nuestro propio ser, nuestra propia esencia lo que está en juego.

¿Cómo podemos saber si estamos perdiendo la batalla del mundo contra nosotros? Algunos de los indicadores es cuando te resignas ante la injusticia, cuando ves con desidia la corrupción, cuando aceptas como normal la ilegalidad, en otras palabras, cuando lo peor que puede generar la sociedad es visto con un pensamiento de sometimiento, conformismo y resignación.

Te lo he dicho en otras ocasiones: no estás llamado para la mediocridad sino para la excelencia, una excelencia desbordante que no quepa en ti y tenga que salir a cambiar el mundo; una excelencia que sea un reflejo de carácter y trascendentalidad; una excelencia que sea ejemplo, faro y guía para los demás; pero al mismo tiempo, y esto es muy importante, una excelencia que implique lucha constante, firme y decidida.

Así como la semilla de trigo genera trigo, en ti no está la semilla de la pequeñez, la mezquindad o la imperfección, por el contrario, tú mismo eres, no UNA semilla, sino la semilla de lo grandioso, de la esplendidez y de lo perfecto. Reconócelo,  acéptalo y, por último, lucha día con día para llegar a dar en abundancia frutos de excelencia, plenitud y trascendentalidad, después de todo a veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.


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jueves, 7 de noviembre de 2019

El carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace



El ser humano ante los demás está definido, y ¿por qué no decirlo? evaluado constantemente, en función de lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Cuando existe esta congruencia entre estos tres aspectos podemos decir que estamos ante alguien no solo íntegro y de carácter sino incluso trascendente.

Existe un dicho que señala que “las palabras mueven, pero el ejemplo arrasa” y tiene razón en el sentido de que lo que uno hace finalmente es lo que tiene efectos sociales por los cuales somos o no reconocidos, pero también es cierto que cuando uno dice una cosa y hace otra, por más loable que sea la acción, genera en quienes nos rodean una reacción desfavorable por la incongruencia visible de nuestros ser.

De la misma forma cuando lo que decimos y hacemos está en consonancia con lo que pensamos podemos decir que el ejemplo no solo arrasa siguiendo el dicho comentado al principio, sino que incluso esa fuerza se vuelve transformadora, no solo de nosotros mismos y los demás sino incluso del mundo en que vivimos.

Referente a esto último vemos constantemente comentarios en el sentido de cómo es que en la actualidad la falta de confianza de unos para con otros es una tónica permanente, la palabra no tiene el peso que tenía antes, es más incluso los compromisos firmados pueden ser incumplidos, por lo que podemos esperar de los demás cualquier cosa, incluso la traición a sus propios dichos y pensamientos.

Si bien lo anterior puede ser verdad en mayor o menor medida, también es cierto que la adversidad, es decir, las circunstancias anteriormente comentadas, pueden dar como resultado que una acción íntegra acompañada de un decir y pensar congruente sea de impacto para el mundo en que vivimos.

“Que tu si sea si y que tu no sea no”, estas palabras de La Biblia (Santiago 5:12) hace énfasis en esa congruencia que se requiere para construir relaciones personales viables. ¿Por qué decir una cosa, engañando al otro, para finalmente actuar con otra? De esto último el mundo está lleno, desafortunadamente, solo es cuestión de voltear a ver los políticos que para ganar llenan de promesas que finalmente desconocen o incumplen.

Es cierto que sin esas mentiras tal vez esas personas no llegarían a donde están, pero de la misma forma es cierto que llegar con mentiras no nos vuelve más grandes ni mejores sino que nos empequeñece como personas y lastima a la sociedad.

También es cierto que nuestros escrúpulos en ocasiones nos llevan a no querer quedar mal o lastimar con negativas o verdades a los demás pero eso solo extiende el engaño hasta un punto donde la verdad echa por tierra los dichos colocándonos en posiciones bastante incómodas.

Pero tal vez lo más importante, más allá incluso de lo anteriormente dicho, es la cuestión de incongruencia personal, de nosotros mismos para con nosotros. Los demás si bien son importantes son tan solo un referente de nuestra vida, lo mayormente importante somos nosotros y, para empeorar las cosas, no podemos engañarnos a nosotros mismos, así que cualquier incongruencia entre el pensar, decir y hacer es algo que tarde o temprano nos cobra factura con los demás, es cierto, pero también con nosotros mismos.

No tengas miedo pensar por ti mismo, hablar por ti mismo y actuar por ti  mismo, y de la misma forma no temas a la congruencia de estos tres elementos, al contrario, procúrala como algo que te lleva por el camino de la excelencia, después de todo el carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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viernes, 1 de noviembre de 2019

Al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar




En la vida hay cuestiones sobre las cuales podemos ejercer plena decisión y otras sobre las que no; estas últimas, si bien en ocasiones pueden parecer que son mayoría, todas, absolutamente todas, pasan finalmente por el tamiz volitivo de nuestra persona, al menos en lo que se refiere al fin último de las mismas.

En una ocasión, durante un receso en un curso de capacitación, uno de los participantes me abordó y me señaló como es que muchas de las ideas que estábamos viendo eran muy loables, pero algunas poco prácticas. Al inquirir el por qué de su opinión, comenzó a relatarme algunas vivencias personales negativas que, según él, lo imposibilitaban para mejorar.

Después de escucharlo le hice solo tres preguntas. La primera era si él conocía gente que la hubiera pasado aún peor de lo que él la había pasado en su vida,   la respuesta fue que sí, incluso me platico algunos casos. La segunda pregunta era que sí, dado esas personas la habían pasado peor que él, ¿acaso su vida ahora era peor que la suya? La respuesta fue que no, incluso algunos eran mejores personas. Después de un pequeño momento de silencio para que viera la inconsistencia de su razonamiento le pregunte por último que si ellos habían podido, ¿por qué él no?

Realmente no hay motivo alguno para adjudicarle a la vida, a los demás, a la suerte ¡e incluso a Dios! nuestras decisiones y nuestras responsabilidades, y si bien en ocasiones tenemos vivencias que nunca decidimos sobre ellas, al menos en el sentido de vivirlas o no, al final de cuentas sí podemos decidir sobre el efecto que las mismas tendrán en nosotros.

La vida nos trae cosas buenas y malas, dulces y amargas, enriquecedoras y empobrecedoras, pero de nosotros depende el decidir con qué nos quedamos y qué desechamos. 

Dos personas coincidieron en un cuarto de hospital, ambas venían muy enfermas y tuvieron que quedarse internadas varias semanas. El tratamiento era doloroso y el sobrellevar el problema era pesado, aun así la convivencia diaria los hizo amigos. Al final del tratamiento quedaron convenidos en seguir en contacto (lo cual así fue), y al despedirse uno le dijo al otro que había sido un gusto tenerlo de compañero pero que lamentaba las circunstancias en que eso había sido, a lo que el otro le contesto que él no lo lamentaba, ya que si no hubiera sido por esas circunstancias nunca lo habría conocido.

Crecer o hundirse, es nuestra decisión. Todo, absolutamente todo tiene dos formas de ver lo mismo: una nos hace mejores, nos libera, nos hace brillar; otra nos empeora, nos esclaviza, nos ensombrece. Y ambas, dependen finalmente de nosotros.

Sin forzar las cosas, démosle tiempo al tiempo, pero al final seamos nosotros los que decidamos lo que queremos cargar en nuestro andar, después de todo al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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