Desde
el primer momento en que en nuestra más tierna infancia nos pusimos de pie
todos sabían que en algún momento nos caeríamos, conforme hemos ido creciendo
esas caídas físicas han dado lugar a las caídas personales, pero estas últimas al
igual que las primeras, solo señalan dos cosas: una es que estamos en la lucha
por avanzar en nuestra vida, la otra y muy importante es que somos humanos.
A
nadie nos gusta equivocarnos. Cuando la responsabilidad de algo que no se logra
recae sobre nosotros no hay manera, al menos lógica y creíble, de responsabilizar
a los demás por lo que el peso a cargar es doble: el de la caída y el de la
responsabilidad de la misma.
Una
caída, como menciono, puede ser un quebranto momentáneo o bien un fracaso
permanente. En el primer caso hablamos de situaciones adversas que nos afectan
en nuestro andar sin detenerlo del todo, mientras que en el segundo hablamos de
la cancelación de toda esperanza por continuar nuestra lucha.
Independientemente
de si hablamos de infortunio temporal o definitivo, el verdadero problema es la
animosidad negativa que esto nos genera. Piensa en esto: la meta que por una u
otra razón has dejado temporal o definitivamente de alcanzar está igual
respecto de ti que cuando comenzaste a luchar por ella, es decir, sigue estando
fuera de tu alcance, pero la falla experimentada en su consecución ha acarreado
a tu vida, sobre todo a tu vida interna, un estado de ánimo que no solo merma
la calidad de la misma sino que socava tus proyectos futuros.
¿Querías
lograr algo y no pudiste? A veces así pasa, ¡ah!, ¿pero eso te ha traído una
pesadumbre que como loza aplasta tu vida? Que mal, si antes no tenías lo que
buscabas y no estabas mal, ¿por qué ahora sí lo estás? Si vemos de otra forma
una situación como esta podríamos concluir que todo tu esfuerzo para lo único
que sirvió fue para dejarte peor que antes. Y no creo ese sea el objetivo de nuestra
lucha.
Entonces,
¿cómo ver las caídas que experimentamos?
¿Y
quién dijo que las teníamos que ver de una u otra forma? Las caídas no se ven:
se experimentan, se aceptan y se dejan de lado mientras retomamos nuestra vida.
Pero no solo eso, si logramos hacernos dueños de nuestro andar las caídas, por
más estruendosas que sean, pueden incluso traer cosas buenas a nuestra vida,
¿cómo qué? como sencillez, humildad, tolerancia, empatía.
En
la edad media los alquimistas buscaban con denuedo la famosa piedra filosofal,
una sustancia que según esto facultaba para transmutar el plomo en oro. Nunca
la encontraron. Pero lo interesante de esto es que tú, yo y todos nosotros podemos
erigirnos en estos tiempos como verdaderos alquimistas al tomar nuestra vida en
nuestras manos sin permitir que las caídas sean quienes la dominen y convertir,
transmutar, esos malos estados internos que las caídas traen a nuestra vida en
verdaderas pepitas de oro para nuestro desarrollo humano.
Una
técnica muy sencilla para lo anterior: cuando estés experimentando un momento
aciago motivo de una caída hazte la siguiente pregunta: ¿hasta dónde voy a
permitir que este quebranto que acabo de experimentar trastoque mi proyecto de
vida? El solo hecho de hacerte esta pregunta te permitirá poner las cosas en
perspectiva y recobrar la plenitud de tus habilidades para tomar las decisiones
que te permitan retomar tu andar.
Quiero
cerrar retomando el ejemplo dado al inicio. Piensa en todos los cientos, miles,
millones de pasos que has dado y compara con las pocas, poquísimas caídas en
comparación que has experimentado, pues bien, de la misma forma los logros y
realizaciones que como persona tendrás serán mucho mayores que tus caídas si te
mantienes en la lucha, así que no pienses en las caídas como algo injusto,
piensa mejor como algo que te hace humano.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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