Hay
dos formas de ver la vida, una es aquella en la cual pretendemos alcanzar un
ideal, la otra es aquella en la cual pretendemos convertirnos en uno; la
búsqueda del primero nos permitirá lograr el segundo en la medida que nuestro
carácter como persona se conforme a prueba de todo.
En
una ocasión en un taller de liderazgo les pedí a los participantes
establecieran una meta que desearan con todo su corazón conseguir, esa meta
bien podía ser personal, profesional, material, intelectual, emocional e
incluso espiritual. Les aclaré que no me entregarían ni compartirían lo escrito
para que escribieran con mayor libertad.
Después
les hice una serie de preguntas que cada quien tenía que ir resolviendo para sí
mismo. La primer pregunta era que si para qué deseaban alcanzar esa meta, luego
e independientemente de la respuesta que hubieran dado de nueva cuenta les
pregunté para qué de eso que habían respondido, por último e independientemente
de la nueva respuesta que hubiesen dado de nueva cuenta los cuestioné con un
para qué.
Por
experiencia propia sé que solo se necesitan tres para qué para llevar a una
respuesta específica a la generalidad, así que al terminar de preguntar los
tres para qué, les pedí por favor que levantaran la mano aquellos cuya última
respuesta estuviera cerca de algunas de las ideas que yo iría diciendo: paz,
felicidad, prosperidad, tranquilidad. Todos quedaron con las manos levantadas.
Lo
anterior no es cuestión de magia sino de sentido común ya que todas nuestras
metas tienen ocultas intenciones relacionadas con altas metas y valores que con
este ejercicio quedan evidenciadas, y esa es la idea del ejercicio mismo, el
permitir a los participantes ver que sus metas están relacionadas con
cuestiones de mucho mayor valor que la meta misma.
Esto
les permite a quién desarrolla una visión de mayor nivel y alcance mayor margen
de maniobrabilidad pues la meta ya no se
convierte en un fin en sí misma sino en un medio ara algo mayor y si no se logra la meta uno
puede seguir en la lucha por ese bien mayor por otro camino.
Lo
anterior permite entender que la meta es el pretexto para lo que realmente somos,
necesitamos una justificación, una motivación, ¿o por qué no decirlo? Un
acicate que nos impela a movernos hacia mejores estadios de desarrollo, ese
acicate es la meta y ese mejor estadio de desarrollo nuestro máximo potencial.
Ahora
bien, cuando uno entiende esto pasa algo curioso ya que uno se pone en mayor
posesión de sus habilidades y capacidades convirtiéndose en un ideal en sí
mismo, un ideal marcado por la lucha, la tenacidad y el carácter; un ideal que
se sabe sustentando y con las miras en algo mucho más grande que la meta misma
o incluso que uno mismo; un ideal para sí mismo y ¿por qué no? para los demás
que evidencia no solo lo mejor que tenemos sino lo mejor que podemos llegar a
alcanzar.
Entender
que la vida es un camino y que la meta es uno mismo, permite tener la
perspectiva de lo que somos y de lo que podemos ser, así que no lo olvides tal
vez nunca alcances un ideal, pero el solo seguirlo te convertirá en un ideal
que otros buscarán alcanzar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/bcYJmhNbrU4
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