Toda meta, personal, profesional e incluso social,
implica un avanzar hacia ella, un avanzar que no pocas veces está exento de
luchas, esfuerzos y sacrificios, si bien estas luchas, esfuerzos y sacrificios
en su momento pesan, cuando se conquista la meta se muestra con orgullo pues es
con eso con el que pagamos el derecho a hacer de la meta algo nuestro.
El caminar por la vida tiene cuestiones que son por demás
interesantes, una de estas cuestiones es la manera en que los retos actúan
sobre nuestra persona forjando nuestra voluntad y nuestro carácter. Este forjar
voluntad y carácter puede compararse con ese entrenamiento donde uno va
adquiriendo condición física para algo aunque de inicio el entrenamiento sea
pesado, difícil y a veces incluso doloroso.
En una ocasión dando un taller de liderazgo les pregunté
a los presentes que si a quien le gustaba batallar en la vida, obvio que
ninguno de los presente levantó la mano. Hasta ahí deje la pregunta y pasamos a
la siguiente actividad: se trataba de poner una meta que hubieran logrado, una
meta de la cual se sintieran orgullosos, una meta que fuera muy importante para
ellos. Todos pusieron metas de gran alcance, trascendentes incluso para su
propia vida. Después les pedí señalaran todos los sacrificios y esfuerzos (o al
menos los más importantes) que hubieran tenido que hacer para alcanzar la meta.
En esto hubo de todo, desde cuestiones personales hasta profesionales. Por
último les pedí que levantaran la mano los que creyeran que el logro de esa
meta hubiera sido igual si no hubieran tenido que pasar por todo lo que
pasaron. Nadie levanto la mano.
Una meta que valga la pena, una que realmente lo valga,
requerirá de luchas esfuerzos y sacrificios, momentos difíciles por decirlo en
cierta forma que muchos no desearían para sí y que incluso en el momento son
rechazados pues vienen a sacar de ese confort a quien lo padece pero de la
misma forma vienen a darle un valor intrínseco a la meta, independientemente
del valor objetivo que tenga, por el simple hecho de lo que costó alcanzarla.
Pero esto no termina ahí, de la misma forma esas
vicisitudes ocasionan cambios internos en quienes las sufren, no solo haciéndolos
crecer sino llevándolos a saberse más grandes, más fuertes y mejores de lo que
creían. Ese en ocasiones sufrir es como el crisol que forja el acero, las altas
temperaturas de las pruebas generan en nosotros un cambio interno que va
forjando nuestra personalidad.
El problema de nuestra actualidad es que la manera fácil,
rápida y sin esfuerzo de lograr muchas cosas genera en nosotros una
predisposición a que todo se haga bien y rápido, pero los cambios internos no
están sujetos a las modernidades actuales y requieren de los esfuerzos de uno
para lograr transmutarse en la excelencia personal que todos poseemos.
Esta reflexión no es para ver las formas o maneras de
sacarle la vuelta a los problemas, al contrario, busca motivar en cada uno la
dinámica interna que permita enfrentar y superar los obstáculos que se nos
presenten con la visión de que más adelante toda lucha y esfuerzo será de
valor, después de todo, todo gran sueño implica grandes sacrificios,
pero estos se compensan con creces con la conquista de la meta.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
puede verse en video en https://youtu.be/Q0W-8RJbNN0
También puede descargarse gratis el libro “Los
otros muertos -¿Qué pasa con quienes nunca tuvieron la posibilidad de conocer a
Jesús?-”, desde www.rocefi.com.mx (Menú
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