viernes, 29 de noviembre de 2019

El nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta



Las acciones que uno emprende siempre tienen una intencionalidad, pero si la mirada solo está puesta en la meta, el camino hacia ella puede parecernos bastante largo, penoso y por lo tanto desalentador

¿Alguna vez te has preguntado el por qué en un viaje siempre nos parece que el regreso es más corto que la ida? Te sorprenderás al saber que para esto hay una base seria porque según los científicos existe el llamado “efecto del viaje de regreso” que hace que el retorno parezca entre 17% y 22% más rápido que cuando nos desplazamos al lugar que visitamos. ¿Sabes por qué sucede esto? Porque, según las investigaciones, la gente espera que el viaje de ida sea más corto de lo que será. Por ello el viaje de regreso se siente más rápido.

Ahora extrapola esa sensación al caminar por la vida, imagínate la expectativa generada por nuestras acciones, nuestras luchas, nuestro andar. Piensa en todas las cosas que hacemos y que en mayor o menor medida tienen un objetivo fijado. Ahora de esas fíjate en aquellas que son de peso y valor para ti, la mayoría de ellas implicará tiempo y esfuerzo para ser alcanzadas. Si la expectativa está en lo que falta para llegar, el camino parecerá más largo.

Lo anterior no quiere decir que no pensemos en la meta, al contrario, significa que no pensemos en ella con ánimo aprensivo que nos impida disfrutar del camino mientras avanzamos en él. Henry Ford decía que los obstáculos es lo que llegas a ver cuando quitas tu mirada de la meta.

El avanzar en la vida requiere decisión, para ello se necesitan metas de valor fijadas en nuestro camino y acciones decididas que nos conduzcan hacia ellas, pero curiosamente la vista debe estar puesta en la meta y las acciones en nuestro andar, el camino que falta por recorrer, lo aún no logrado u obtenido, no debe ser el parámetro para evaluar nuestro andar, ¿por qué? porque siempre será más lo que nos falte por hacer que lo que ya hayamos hecho, incluso cuando se alcance la meta se abrirán nuevos caminos los cuales por lógica aún no habrán sido recorridos.

Pero lo peor es que, aunque tengamos en claro lo que queremos lograr y cómo vamos a alcanzarlo, el camino nunca es como lo pensamos, hay situaciones inesperadas o contingencias que lo hacen más largo o más corto, así que, si no podemos saber exactamente cuánto nos falta para llegar, pensar en eso solo nos desgastará.

¿A qué viene esto? Precisamente a hablar de ese sentimiento de abatimiento que en ocasiones todos experimentamos cuando, quitando la vista de la meta, vemos (o más bien creemos ver) el camino que aún nos falta por avanzar.

¿Y qué hacer cuando sobreviene un sentimiento como el anterior? Solo hay dos cosas por hacer, una pasiva y otra proactiva y las dos deben hacerse. La pasiva es descansar, tomar un respiro, sentarse un momento (metafóricamente hablando) para recuperar energías y continuar nuestro andar. La otra cosa por hacer, la proactiva, implica el ver y valorar todo lo que se haya logrado obtener hasta la fecha, no solo en el caminar hacia una meta dada, sino en toda nuestra vida. Esto nos permitirá desahogar esa frustración que en un momento dado nos llega a embargar a todos y al mismo tiempo sacar fuerzas que se sustenten en nuestra capacidad de logro.

Lo único que te separa de la meta son las acciones que tienes que dar para alcanzarla, y lo único que puede detenerte es que te fijes en lo que falta aún por hacer más que en la meta que deseas logar, así que concéntrate en tu meta y avanza con decisión, después de todo el nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/3kmJLYGLdrI

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