viernes, 15 de noviembre de 2019

A veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo




Cuando hablamos de andar por la vida y de enfrentar las batallas cotidianas, un pensamiento puede ser el de las conquistas de lo que se desea obtener, y esto es correcto, pero también es correcto que existe otra línea de pensamiento relacionada con defender nuestra integridad como personas ante los embates del mundo.

Cuentan que en una ocasión llegó un predicador a un pueblo de pecadores con la intención de cambiarlos, dice la historia que durante años y años y años gritaba y gritaba a todo pulmón que se arrepintieran, que dejaran de hacer lo malo que hacían, y que sus vidas las volvieran ejemplo de rectitud. Pasan los años y la gente seguía igual, sino es que peor, a lo que una persona del pueblo le pregunta “Oye, ¿por qué sigues gritando? ¿No ves que la gente no te hace caso y, es más, está peor que antes?”, en este punto de la historia dicen que el predicador, ya viejo y cansado pero aún con ánimos de seguir peleando le respondió “¿sabes?, al inicio yo gritaba y gritaba y gritaba con la intención de cambiarlos a todos ustedes, pero ahora, si sigo gritando es con la única intención de que ustedes no me cambien a mí”.

En la vida habrá muchas batallas que pelear, en algunos casos éstas tienen que ver con las metas que queremos lograr, con los objetivos que queremos conseguir y con lo que finalmente queremos llegar a ser; pero también hay otras batallas que no debemos descuidar, son esas batallas, evidentes o sutiles, donde el mundo busca cambiarnos, a veces para someternos, para conformarnos o para resignarnos.

Éstas últimas batallas son las que debemos temer de fracasar ya que mientras en las primeras lo único que se pierde es el no lograr algo que quisiéramos, en las segundas es nuestra propia persona, nuestro propio ser, nuestra propia esencia lo que está en juego.

¿Cómo podemos saber si estamos perdiendo la batalla del mundo contra nosotros? Algunos de los indicadores es cuando te resignas ante la injusticia, cuando ves con desidia la corrupción, cuando aceptas como normal la ilegalidad, en otras palabras, cuando lo peor que puede generar la sociedad es visto con un pensamiento de sometimiento, conformismo y resignación.

Te lo he dicho en otras ocasiones: no estás llamado para la mediocridad sino para la excelencia, una excelencia desbordante que no quepa en ti y tenga que salir a cambiar el mundo; una excelencia que sea un reflejo de carácter y trascendentalidad; una excelencia que sea ejemplo, faro y guía para los demás; pero al mismo tiempo, y esto es muy importante, una excelencia que implique lucha constante, firme y decidida.

Así como la semilla de trigo genera trigo, en ti no está la semilla de la pequeñez, la mezquindad o la imperfección, por el contrario, tú mismo eres, no UNA semilla, sino la semilla de lo grandioso, de la esplendidez y de lo perfecto. Reconócelo,  acéptalo y, por último, lucha día con día para llegar a dar en abundancia frutos de excelencia, plenitud y trascendentalidad, después de todo a veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/qJJCv55eGPw

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