Cuando
uno avanza por la vida, la vida misma se encarga de darnos las lecciones
requeridas para ello. Es una relación dinámica donde la vida nos da lecciones,
pero las lecciones nos dan vida. Es así como en el aprender está el avanzar y
en el avanzar el aprender.
Cuando
vemos los grandes fenómenos naturales, es palpable la manera en que éstos
reconfiguran el entorno. Un huracán, un tsunami, un terremoto, son fuerzas
descomunales que pueden cambiar todo el entorno de un momento a otro. Pero de
la misma forma hay fuerzas de la naturaleza que no le apuestan a la cantidad de
energía requerida, sino más bien a la constancia de la misma.
Por
ejemplo, el viento, con su acción constante, puede llegar a erosionar la roca
más dura, solo que no sería en cuestión de días, meses o años, sino más bien de
décadas o centurias. Así como el viento otras fuerzas como el agua e incluso el
andar de los seres vivos, van haciendo cambios que de inicio se antojan
imperceptibles pero cuyos resultados son visibles en el largo plazo.
De
la misma forma, cada uno de nosotros tiene en sí ambas posibilidades: fuerzas
considerables para generar resultados en el corto plazo, pero también la fuerza
de la constancia para alcanzar resultados en el mediano y largo plazo.
En
lo que respecta a nuestra personalidad, los cambios duraderos surgen en este
segundo escenario, ¿por qué?, porque de la misma forma que la roca, nuestra
personalidad tiene esquemas de pensamiento y comportamiento fuertemente
arraigados que requieren de tiempo para ser modificados.
En
una ocasión, en un taller de capacitación, le pedí a quienes participaban en él
que nos dijeran una gran meta que tuvieran en la vida. Todos pusieron una meta
de valor, a veces personal a veces profesional. La siguiente pregunta fue que
si que requerían para lograr eso. Las respuestas fueron variadas, algunos
decían que dinero, otros que tiempo, otros que tal o cual estudio, otros más
que tal o cual paso o acción y demás. Mi comentario final fue el siguiente:
“todos esto que acaban de señalar es correcto, se requiere para lograr las
metas que han señalado todo lo que han dicho, pero de entre todo hay un
ingrediente que no han mencionado y que es finalmente el que permite que todo
suceda: constancia.”
La
constancia es ese ingrediente que no puede ni debe faltar en ninguno de los
proyectos que uno emprenda, es la fuerza interna que nos habilita para dar los
pasos necesarios para alcanzar nuestras metas, es lo que nos mantiene cuando
cansados nos sentimos y lo que nos empuja cuando andar más no queremos.
Esa
constancia no es algo emocional, pero tampoco eminentemente racional, es una
mezcla de lo que sentimos y de lo que sabemos. Esas dos fuentes le permiten a
la constancia existir y subsistir a las pruebas que pudiera enfrentar. Las
emociones nos llevan hacia lo que queremos, la razón hacia lo que necesitamos,
y en momentos de prueba uno puede acudir a una de las dos o a ambas para sacar
de nuevo energía.
Por
ejemplo, si existe un momento de desilusión o depresión en el camino a la meta,
la mente –fría, analítica y objetiva- puede entrar al quite para mostrarnos los
por qué debemos seguirlo intentando. De la misma forma si racionalmente vemos
obstáculos imposibles de conquistar, la parte emotiva puede surgir para
motivarnos a seguir en el camino.
En
el andar por la vida muchas veces la constancia logra resultados que racional o
emocionalmente parecían imposibles de lograr, ya que la misma va generando sus
propios caminos para hacer realidad las
metas, después de todo la constancia del aire erosiona hasta la roca, la
constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
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