En
la vida hay cuestiones sobre las cuales podemos ejercer plena decisión y otras
sobre las que no; estas últimas, si bien en ocasiones pueden parecer que son
mayoría, todas, absolutamente todas, pasan finalmente por el tamiz volitivo de
nuestra persona, al menos en lo que se refiere al fin último de las mismas.
En
una ocasión, durante un receso en un curso de capacitación, uno de los
participantes me abordó y me señaló como es que muchas de las ideas que
estábamos viendo eran muy loables, pero algunas poco prácticas. Al inquirir el
por qué de su opinión, comenzó a relatarme algunas vivencias personales
negativas que, según él, lo imposibilitaban para mejorar.
Después
de escucharlo le hice solo tres preguntas. La primera era si él conocía gente
que la hubiera pasado aún peor de lo que él la había pasado en su vida, la respuesta fue que sí, incluso me platico
algunos casos. La segunda pregunta era que sí, dado esas personas la habían
pasado peor que él, ¿acaso su vida ahora era peor que la suya? La respuesta fue
que no, incluso algunos eran mejores personas. Después de un pequeño momento de
silencio para que viera la inconsistencia de su razonamiento le pregunte por
último que si ellos habían podido, ¿por qué él no?
Realmente
no hay motivo alguno para adjudicarle a la vida, a los demás, a la suerte ¡e
incluso a Dios! nuestras decisiones y nuestras responsabilidades, y si bien en
ocasiones tenemos vivencias que nunca decidimos sobre ellas, al menos en el
sentido de vivirlas o no, al final de cuentas sí podemos decidir sobre el
efecto que las mismas tendrán en nosotros.
La
vida nos trae cosas buenas y malas, dulces y amargas, enriquecedoras y
empobrecedoras, pero de nosotros depende el decidir con qué nos quedamos y qué
desechamos.
Dos
personas coincidieron en un cuarto de hospital, ambas venían muy enfermas y
tuvieron que quedarse internadas varias semanas. El tratamiento era doloroso y
el sobrellevar el problema era pesado, aun así la convivencia diaria los hizo
amigos. Al final del tratamiento quedaron convenidos en seguir en contacto (lo
cual así fue), y al despedirse uno le dijo al otro que había sido un gusto
tenerlo de compañero pero que lamentaba las circunstancias en que eso había
sido, a lo que el otro le contesto que él no lo lamentaba, ya que si no hubiera
sido por esas circunstancias nunca lo habría conocido.
Crecer
o hundirse, es nuestra decisión. Todo, absolutamente todo tiene dos formas de
ver lo mismo: una nos hace mejores, nos libera, nos hace brillar; otra nos
empeora, nos esclaviza, nos ensombrece. Y ambas, dependen finalmente de
nosotros.
Sin
forzar las cosas, démosle tiempo al tiempo, pero al final seamos nosotros los
que decidamos lo que queremos cargar en nuestro andar, después de todo al igual
que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la
vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
puede verse en video en https://youtu.be/EPRierJ3o3Y
También puede descargarse gratis el libro “…LOS
AMÓ HASTA EL FIN -Reflexiones espirituales del sacrificio de Cristo en la cruz
bajo la perspectiva de la Ley de Dios-”, desde www.rocefi.com.mx (Menú
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