viernes, 1 de noviembre de 2019

Al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar




En la vida hay cuestiones sobre las cuales podemos ejercer plena decisión y otras sobre las que no; estas últimas, si bien en ocasiones pueden parecer que son mayoría, todas, absolutamente todas, pasan finalmente por el tamiz volitivo de nuestra persona, al menos en lo que se refiere al fin último de las mismas.

En una ocasión, durante un receso en un curso de capacitación, uno de los participantes me abordó y me señaló como es que muchas de las ideas que estábamos viendo eran muy loables, pero algunas poco prácticas. Al inquirir el por qué de su opinión, comenzó a relatarme algunas vivencias personales negativas que, según él, lo imposibilitaban para mejorar.

Después de escucharlo le hice solo tres preguntas. La primera era si él conocía gente que la hubiera pasado aún peor de lo que él la había pasado en su vida,   la respuesta fue que sí, incluso me platico algunos casos. La segunda pregunta era que sí, dado esas personas la habían pasado peor que él, ¿acaso su vida ahora era peor que la suya? La respuesta fue que no, incluso algunos eran mejores personas. Después de un pequeño momento de silencio para que viera la inconsistencia de su razonamiento le pregunte por último que si ellos habían podido, ¿por qué él no?

Realmente no hay motivo alguno para adjudicarle a la vida, a los demás, a la suerte ¡e incluso a Dios! nuestras decisiones y nuestras responsabilidades, y si bien en ocasiones tenemos vivencias que nunca decidimos sobre ellas, al menos en el sentido de vivirlas o no, al final de cuentas sí podemos decidir sobre el efecto que las mismas tendrán en nosotros.

La vida nos trae cosas buenas y malas, dulces y amargas, enriquecedoras y empobrecedoras, pero de nosotros depende el decidir con qué nos quedamos y qué desechamos. 

Dos personas coincidieron en un cuarto de hospital, ambas venían muy enfermas y tuvieron que quedarse internadas varias semanas. El tratamiento era doloroso y el sobrellevar el problema era pesado, aun así la convivencia diaria los hizo amigos. Al final del tratamiento quedaron convenidos en seguir en contacto (lo cual así fue), y al despedirse uno le dijo al otro que había sido un gusto tenerlo de compañero pero que lamentaba las circunstancias en que eso había sido, a lo que el otro le contesto que él no lo lamentaba, ya que si no hubiera sido por esas circunstancias nunca lo habría conocido.

Crecer o hundirse, es nuestra decisión. Todo, absolutamente todo tiene dos formas de ver lo mismo: una nos hace mejores, nos libera, nos hace brillar; otra nos empeora, nos esclaviza, nos ensombrece. Y ambas, dependen finalmente de nosotros.

Sin forzar las cosas, démosle tiempo al tiempo, pero al final seamos nosotros los que decidamos lo que queremos cargar en nuestro andar, después de todo al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/EPRierJ3o3Y

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