Todos
hemos sentido en alguna ocasión el deseo de “ser alguien” en la vida, ese “ser
alguien” no se refiere a otra cosa que llegar a ser uno mismo, solo que ese proceso
requiere que en el camino logremos muchas cosas externas que evidencien esos
cambios internos.
Desde
el primer instante que un bebé llora para obtener algo tan básico como es el
alimento, los seres humanos experimentamos en nuestra vida una constante necesidad
por tener, por hacer, por poseer. Siempre estamos, por decirlo en cierta forma,
inconformes con lo que somos, lo que tenemos o lo que poseemos. Siempre
queremos más.
Esa
perenne insatisfacción, que nos impele a continuamente estar en la búsqueda de
algo más, es un reflejo de nuestro verdadero potencial: no estamos hechos para
la mediocridad, sino para la excelencia, por eso no podemos conformarnos más
que con la perfección.
Obvio
que este deseo puede volverse crítico en nuestra vida si se desarrolla de manera
patológica creando conflictos no solo internos con nosotros mismos sino incluso
con las personas que nos rodean, pero por lo general es una fuerza dinámica que
nos motiva a desarrollarnos, a crecer, a conquistar y conquistarnos.
Y
en esto hay una pequeña trampa. Por nuestra propia naturaleza se nos facilita más
lograr cosas externas a nosotros mismos: un negocio, una amistad, un estudio,
una meta. Esta facilidad surge por el hecho de que las metas externas son
fácilmente identificables tanto en cuanto lo que queremos como en cuanto al indicador de cuándo lo hemos conseguido. Lo
interno, nosotros mismos pues, es más difícil.
Pero
la trampa, por decirlo así, es precisamente esa: lo que nos mueve a lograr cosas
externas también nos va facultando para desarrollar nuestro potencial interno,
¿Cómo es eso? Simplemente con los retos, obstáculos e incluso las caídas que
experimentamos.
Es
como quien quiere levantar una pesa, de esas de muchos kilos, la meta impuesta
lo llevará a entrenar y capacitarse hasta que pueda levantar la pesa, pero al
mismo tiempo le desarrollará los músculos necesarios para ello y, más allá de
ello, le dará una disciplina basada en la constancia del esfuerzo que
finalmente lo conducirán a ser más que lo que era antes de iniciar su búsqueda
de esa meta. Acabamos de mencionar que incluso las caídas sirven para el logro
del propósito de convertirnos en lo que realmente somos, ¿por qué? pues porque
las caídas nos hacen reconocernos humanos, nos dan una visión distinta de la
vida, nos habilitan el carácter, nos fortalecen la intención y nos otorgan
humildad.
En
el caminar por la vida es bueno de vez en cuando detenerse para ver lo que se ha
avanzado y lo que se ha conseguido, pero sobre todo para en una retrospectiva ver
todo lo que hemos cambiado y como es que ese mismo andar nos ha ido moldeando,
después de todo cada meta no solo te lleva al éxito si no que además te acerca
cada vez más a la persona que realmente eres.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
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