Todos
deseamos que nuestros proyectos se coronen con el éxito, de eso no hay duda,
pero en ocasiones el camino hacia ese éxito pasa por muchos obstáculos, por
muchas caídas, por muchos fracasos, situaciones que al igual que un
entrenamiento pueden verse como adquisición de experiencia, valor y carácter.
¿Sabías
que Walt Disney fundó en 1922 la empresa Laugh-O-Gram Films que terminó en
bancarrota un año después?, ¿o que el proyecto de Steve Jobs, Next, se
convirtió en un pozo sin fondo para inversores?, ¿o que Stephen King cansado de
tantos rechazos a su primer novela quiso tirarla?, ¿o que los estudios y los productores
rechazaban a Charles Chaplin porque consideraban que su forma de actuar no se
entendería?, ¿o que la empresa de Henry Ford, Detroit Automobile Company,
terminó en la bancarrota por las exigencias de Ford en el desarrollo de prototipos
y las escasas ventas?, ¿o que a Soichiro Honda, Toyota lo rechazó como
ingeniero, un punto de inflexión que aprovechó para dedicarse a su verdadera
pasión (las motos) y crear su imperio?
Cuando
uno ve a las personalidades que han alcanzado éxitos icónicos en la historia de
la humanidad tiende a no reconocer los grandes fracasos que acompañaron su
ascenso, fracasos que solo templaron su carácter haciéndolos prácticamente
invencibles en su determinación y por lo tanto líderes de su propia vida.
Las
contrariedades de la vida pueden verse de dos maneras, una es fatalista donde
uno se deja vencer por esos golpes que la existencia nos da y en la cual dejamos
todo de lado tirando nuestros proyectos por la borda. La otra es de serenidad
al entender que es mucho más lo que no depende de nosotros, tomando las cosas
con calma y filosofía, aprendiendo de las circunstancias y volviendo de nuevo a
la carga. Independientemente de que estas dos posturas son diametralmente
opuestas ambas tienen una cosa en común: cualquiera de esas dos decisiones es
responsabilidad única y exclusivamente de uno.
Me
ha tocado ver gente que estando en la primera de las actitudes busca responsabilizar
a los demás de sus decisiones, es así como su familia, sus amigos, la sociedad,
el gobierno, la vida o Dios es quien tiene la culpa de lo que pasa. Esa es una
actitud por demás infantil que a lo mejor le sirve para paliar sus emociones
pero que no termina por convencer a nadie, ¿por qué? porque siempre habrá
ejemplos de gente en peores circunstancias que salió adelante, además nunca
habrá evidencia alguna que permita sostener que la decisión tomada les fue impuesta,
al contrario, cada quien decide de manera libre en su fuero interno el camino
que desea seguir.
En
un taller de liderazgo donde toqué este tema, en el receso del mismo se me acercó
una persona a la cual le había llegado el comentario pues acaba de pasar por
una derrota que aún le calaba hondo y de la cual, según esta persona, había muchas
responsabilidades que no eran suyas y que prácticamente la habían llevado a
tomar esa decisión.
Cuando
alguien aborda un tema como este que se comenta con una postura de defensa o de
justificación el enfoque que dicha persona trae sigue anclado en el problema,
en la caída, en el fracaso, con lo cual su avanzar en la vida se ha detenido,
por ello mi estrategia fue diferente, en vez de ahondar más y más en el problema
para ver quien tenía la responsabilidad de sus decisiones lo que hice fue salir
de ese radio de acción y preguntar por lo que había aprendido de esa situación.
Al inicio las respuestas eran bastantes negativas como el “no confiar en”, “no
ilusionarme con”, “no volver a”, con lo que el enfoque seguía de nueva cuenta
siendo reactivo, pero no solo reactivo sino incluso negativo, así que la siguiente
pregunta fue en el sentido de qué cosas en base a lo aprendido sí se podían hacer
y sí se podían emprender.
En
este momento las respuestas ya fueron diferentes y avanzaron en un sendero de
la proactividad positiva con aseveraciones tales como “planear a la otra tal o cual
cosa”, “pensar en lo que puedo o no puedo hacer”, “tener cuidado con”, etc. Mi
comentario final fue que con ese nuevo bagaje saliera de nuevo a la carga ya que
el resultado necesariamente debía ser otro. Con el tiempo me informó esta persona
de su éxito, aunque no de la forma que pensaba pues la vida abre sus propios
caminos, pero sí como un éxito que no se hubiera logrado si el fracaso hubiera
derrumbado permanentemente toda intención por realizar sus metas.
Cada
golpe que la vida nos da no va en el sentido de hacernos caer sino, al igual que
el acero, de templar nuestro carácter y de formar nuestra personalidad para habilitarnos
para logros cada vez mayores, así que ya lo sabes ¿fracasos?, para nada, mejor
velos como entrenamientos para tu éxito futuro.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/ySpgeAuzHi0
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