viernes, 24 de abril de 2020

Se requiere de la tempestad para probar la fortaleza de un barco



Un hecho de la vida es que siempre el decir será mucho más fácil que el hacer, afortunadamente tenemos en nuestro andar y en el de los demás pruebas de vida que permiten decantar la palabrería y quedarnos con los hechos claros, concretos y objetivos que finalmente nos definirán como personas.

Cuando se habla de las pruebas de la vida, me gusta pensar en ello como la acción del viento en los arboles: en el segundo ejemplo la acción del viento permite tirar las hojas y ramas secas, sin vida, sin provecho alguno, permitiendo así surjan nuevos brotes; de la misma forma, y retomando la cuestión de la vida, las pruebas nos permiten deshacernos de lo que no necesitamos, fortalecer lo que nos es valioso y crecer como personas en carácter, congruencia y actitud.

En una ocasión, en un evento, me tocó escuchar el caso de una madre cuyos hijos habían pasado las peores pruebas. La madre nos relató que mientras que uno de sus hijos había salido avante y llegado a ser una persona de bien y de éxito, el otro se había derrumbado y que aún en esos días no había podido salir de los vicios y la degradación. Dado que era un tema sumamente sensible y personal no quise dar mi comentario sino que más bien le pregunte a ella que si a qué creía se debía esa diferencia cuando los dos habían pasado por cuestiones muy fuertes. La respuesta sencilla pero clara nos dio una lección que difícilmente puede aprenderse con horas y horas de cursos y seminarios: “amo a mis hijos, nunca los dejaré de amar sean lo que sean, de la misma forma yo creo firmemente que lo que cada uno pasó no fue lo que vino a hacerlos lo que son, sino más bien que sacó a relucir lo que ya eran”.

Todos conocemos casos de gente que ha pasado pruebas durísimas y han salido adelante, incluso llegando a ser ejemplos de vida, fortaleza y superación. De la misma forma conocemos casos de personas que no han podido superar ningún obstáculo cayendo lo más bajo que pueden en su vida. Si bien esto depende en cierta forma de las circunstancias que cada quien vive y de los recursos que cada quien posee (cosas ambas que no podemos cambiar), hay una parte que depende de cada uno y que solo surge con el entendimiento y la conciencia.

A diferencia de los animales los humanos poseemos el don de la inteligencia, es decir, de la capacidad de razonar, inferir, análisis, sintetizar y de la misma forma de soñar, de plantearnos metas, de vivir con propósito. Pero no solo tenemos inteligencia, sino en un nivel superior tenemos conciencia, es decir, esa capacidad de ver más allá de lo evidente, de trascender el tiempo y el espacio con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras acciones, de llegar a vislumbrar los por qué y para qué de nuestra existencia.

Ambos elementos, inteligencia y conciencia, nos permiten interactuar tanto con el destino como con el libre albedrío, nos habilitan a entender el sentido de las vivencias incluso aquellas que no podemos cambiar y nos permiten decidir con congruencia y carácter cuando la vida nos da esa oportunidad, es así como nos volvemos al mismo tiempo tanto un efecto de la vida como una causa de la misma.

Volviendo a los casos de personas que han salido avante de las pruebas volviéndose verdaderos ejemplos vivientes, te sugiero pienses en uno de ellos, alguno que tengas a la mano sea porque lo conozcas o por que estés muy enterado de sus vivencias.  Visualiza a esa persona, tanto antes de la prueba que consideras la definió como lo que es actualmente como después de la misma. Vela tal cual es, con lo que sepas de ella. Ahora por último, pregúntate y contéstate ¿qué tiene esa persona que tú no tienes que le permitió hacer de su vida un ejemplo? La conclusión es obvia: nada. Son personas como tú, con defectos y cualidades, con fortalezas y debilidades, con valentías y temores, solo que independientemente de las circunstancias y de lo que eran, optaron con inteligencia y con conciencia ir más allá de ello trascendiéndose incluso a ellas mismas como personas.

A nadie nos gustan las pruebas de vida, son incómodas, molestas e incluso frustrantes, pero gracias a ellas tenemos la oportunidad de ser más de lo que creemos incluso de lo que podemos y llegar convertirnos en ejemplos vivientes de carácter, luz y trascendentalidad. Así que ante las pruebas de vida recuerda: se requiere de la tempestad para probar la fortaleza de un barco.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/K1boeLP4bS8


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