La lucha por lo que deseamos en esta vida, sea esto una meta material, intelectual e incluso espiritual, tiene dos momento claros: uno es precisamente el del esfuerzo necesario para alcanzar la meta, la otra el momento mismo de obtenerla; en la medida que exista una reciprocidad entre esfuerzo-logro, la lucha nos permitirá no solo valorar lo conseguido, sino forjar nuestro carácter.
Bastante documentado está el fenómeno de aquellos padres que, habiendo pasado privaciones en su infancia, buscan de alguna manera subsanar eso dándoles todo a sus hijos sin que éstos se esfuercen para conseguirlo, generando al contrario de lo deseado, personas egoístas, caprichosas y sin carácter.
También tenemos esos ejemplos de quienes, en un giro de la fortuna logran de hacerse de fama, poder o dinero de la noche a la mañana, y que terminan despilfarrando, no solo eso que obtuvieron, sino su vida misma.
Por último, creo que en algún momento de nuestra vida todos hemos siquiera fantaseado con lo que haríamos si nos sacáramos la lotería o, en el caso de las mentes más fantasiosas, si nos encontráramos con un genio que nos concediera lo que pidiéramos.
No podemos negar que una tendencia humana, y creo incluso de la naturaleza misma, es aquella que marca al logro de las cosas a través del menor esfuerzo, en ese sentido, en muchas ocasiones uno quisiera que eso que deseamos o incluso que necesitamos, se nos fuera concedido con el menor esfuerzo, siendo ese menor esfuerzo en algunos casos nulo completamente.
El pensamiento anterior, si bien es lógico y entendible, deja por fuera la arista de lo que sucede en nosotros mismos mientras estamos en la batalla: una transformación externa e interna que nos posibilitará para llegar a estadios de desarrollo que no hubiéramos siquiera imaginado.
Te sugiero un ejercicio, un ejercicio que en mis talleres de liderazgo propongo, piensa en una meta que haya significado por una parte un logro del cual estás orgulloso, y por otra un esfuerzo constante y una lucha considerable para alcanzarla. Date tiempo para tener claridad en esta idea: la meta y el esfuerzo. Ahora, de manera honesta contéstate a ti mismo las siguientes preguntas: ¿te hubiera sabido igual el logro de esa meta si no hubieras luchado tanto por ella?, ¿eres el mismo al inicio de esa lucha que te dio la meta que al final de la misma?, ¿qué crees hubiera sido diferente contigo si la meta se hubiera conseguido sin esfuerzo?
No quiero ser yo quien te de las respuestas a las anteriores cuestiones, si te das el tiempo para reflexionar descubrirás muchas cosas importantes para ti como persona y para tu vida como camino y como destino. Solo quiero cerrar esta reflexión con una breve historia: un padre de familia estaba haciéndole el desayuno a su esposa en su aniversario, su hija menor se ofreció a hacerle el jugo de naranja, la niña ya estaba sacando las naranjas para cortarlas y exprimirlas cuando por la premura el papá le dijo que por qué no mejor le vaciaba en un vaso uno de los jugos de naranja enlatados que tenían en la alacena, a lo que la niña le respondió que si hiciera eso, entonces el jugo que le diera ella a su mamá no sería realmente de ella, sino de la persona que hizo el jugo enlatado. El padre entendió la lección.
No todo logro es un éxito ni todo fracaso una pérdida, si somos capaces de estar realmente consientes en la maravilla que llamamos nuestra vida nos daremos cuenta que más allá de los rendimientos o las mermas, estamos nosotros, tanto con lo que hemos sido como con lo que, tal vez más importante aún, podemos llegar a ser.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/QTk7yuA9jmI
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