Cuando
hablamos de las cosas que quisiéramos alcanzar, generalmente tenemos una idea
más o menos clara de lo que deseamos, no sucede siempre así con las acciones
que necesitamos realizar para alcanzar esas metas, es así como la claridad
tanto en las metas como en los pasos hacia ellas es lo que nos conducirá al
éxito.
El
14 de diciembre de 1911, Roal Admunsen conquistó el Polo Sur después de una
travesía de casi tres meses desde la Bahía de Ballenas; el 29 de mayo de 1953,
Edmund Hillary conquista la cima del Monte Everest, casi cuatro semanas desde
que se inicia la escalada; el 20 de julio de 1969, Neil Armstrong se convierte
en el primer hombre en llegar a la Luna después de una travesía de cuatro días
en el espacio.
Si
bien estos logros parecen ser sorprendentes (y de hecho lo son), más
sorprendente es que las personas mediante acciones que van sumando pequeños
avances los hagan posibles y realizables. Ejemplos como los anteriores hay de
sobra en la historia humana: grandes empresas que empiezan como un sueño, como
una idea, idea a la que posteriormente se le van adicionando acciones concretas
para hacerla realidad hasta que se convierte en una meta alcanzada.
Nuestra
vida es un espejo de la historia humana, incluso en estas grandes hazañas.
Constantemente nos trazamos metas, sueños, deseos, pero si esto no es
acompañado de acciones concretas la realización de los mismos queda no solo a
la deriva sino completamente a la suerte de uno.
Cuenta
una broma anecdótica que se encontraban dos amigos recostados bajo un árbol
cuando ven cerca de ellos un billete tirado, como hacia un poco de viento uno
de los amigos comienza a rezar en silencio, entonces el otro le pregunta que si
qué hace, a lo que el amigo le responde que reza por que el viento les traiga
el billete, y que si eso resulta, ya estuvo que ese día comerán bien sabroso.
En
ocasiones hay quienes se comportan como los personajes imaginarios de este
cuento, es decir, desean algo pero no están con la intención de hacer lo
necesario para conseguirlo.
Entendamos
algo, la vida es como un supermercado: uno va y ve cosas que le gustan, pero
(el gran pero), uno debe estar dispuesto a pagar el precio de las cosas que ve
en el supermercado para conseguirlas, igual en la vida, todo tiene un precio
llámese trabajo, estudio, esfuerzo, dedicación, si uno está dispuesto a pagar
el precio que se nos pide lo que queramos pasará a ser nuestro, de otra forma
solo miraremos en el escaparate de la vida lo que hubiéramos deseado sin que
nunca lo hayamos tenido.
Un
ejercicio simple: piensa en una meta que desees lograr, una que aún no hayas
conseguido; si no eres capaz de pensar en cinco acciones concretas que te
permitirán alcanzar esa meta, créeme que estás todavía muy lejos siquiera de
comenzar el camino hacia ella.
¿Por
qué cinco? Por que las metas llevan acciones concretas directas e indirectas y
generalmente son dos o tres acciones las requeridas para alcanzar la meta en
sí, pero otras cuatro o seis que se requieren para hacer las primeras. Por
ejemplo, el dominar un deporte requerirá tiempo de práctica, pero al mismo
tiempo un cambio en los horarios para cumplir con el tiempo requerido de
práctica. Es así que si no puedes determinar al menos cinco acciones en la meta
que te propongas, mejor siéntate y piensa bien lo que deseas y el cómo
alcanzarlo.
La
vida tiene retos, tiene metas, tiene sueños, de la misma forma tú tienes todo
lo necesario para conquistar ese reto, lograr esa meta o alcanzar ese sueño,
solo que se requiere que cada día des un paso hacia ello, después de todo así
como el auto necesita gasolina para avanzar, así tus metas necesitan de tus
acciones cotidianas para ser alcanzadas.
Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión
Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/JTdht8PmB0w
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