Cuando
iniciamos nuestros andar en pos de las metas, sueños y objetivos que nos hemos
planteado, en nuestra mente prevalece siempre ese algo hacia donde queremos
llegar, pero previo a siquiera pensar en llegar a obtener lo que queremos, lo
que debemos tener muy presente es el camino, a veces largo, difícil, retador,
que primeramente tenemos que transitar.
Me
da la impresión que a veces estamos tan inmersos en nuestras vidas que algunas
lecciones de la misma, por lo sencillas que son y debido a su cotidianeidad,
nos pasan desapercibidas. Una de estas es la del proceso que en la vida se da
para que las cosas sean. Veamos las cosechas.
¿Cuál
sería el proceso para que alguien cosechara algo? Tal vez me digas que es
primero preparar la tierra o plantar la semilla, pero antes de esto hay paso
previo y necesario que es el pensar, el planear, el calcular. Esta primera
etapa tiene que ver con la ideación de que lo tenemos que hacer para lograr lo
que queremos obtener.
Luego
vienen los pasos prácticos de preparar la tierra y plantar la semilla. Pero
incluso estos pasos previos a cosechar no terminan aquí ya que es necesario
otra serie de pasos intermedios entre la siembra y la cosecha como son el
riego, que debe ser constante, y la atención a las plagas, que debe ser esporádica.
Si alguien solo sembrara pero no regara o cuidara lo sembrado difícilmente podríamos
pensar que la siembra fructificaría.
Por
último, el paso final, es precisamente el levantar la cosecha. Es en este punto
donde vemos el fruto de todos los esfuerzos anteriores y donde podemos gozarnos
en lo obtenido, máxime cuando esto ha sido regado por el sudor de nuestro
esfuerzo lo que nos permite valorarlo en toda la extensión de la palabra.
Pues
bien. En la vida es igual. Cuando deseamos obtener algo primeramente debemos
diseñar en nuestra mente lo que queremos tener y, sobre todo y con la mayor
claridad posible, lo que es necesario hacer para lograrlo. Después hay que
pasar de la intención a la acción para de manera práctica buscar conseguir lo
que deseamos. Por último, hay que cosechar los frutos, tanto los que se
refieren a disfrutar al obtener lo que nos habíamos planteado como a, en caso
de no llegar a obtener lo esperado, identificar y valorar los cambios internos
que se dieron en el proceso en nosotros y que maduraron nuestro carácter como
personas de excelencia.
De
nuevo: tal vez lo anterior parezca obvio pero no lo es si pensamos en todas
esas personas que a la primera de cambios avientan por la borda sus sueños,
metas y objetivos solo por los obstáculos, retos e incluso caídas que
experimentan. Quienes rinden sus armas son iguales a aquel sembrador que
cansado de regar o deprimido por las plagas, en vez de ponerse en acción, deja
todo logrando solo que la cosecha se malogre.
De
todo esto lo importante es que debemos fijarnos con mucho detenimiento, énfasis
y madurez mental y emocional en el proceso intermedio entre el sembrar y
cosechar ya que generalmente éste es el que lleva más tiempo y, por ende,
requiere de mayor constancia, esfuerzo, disciplina y pasión.
No
podemos pensar que por el solo hecho de desear algo esto se nos sea cumplido,
necesariamente todo lo que queramos requerirá de nuestra constancia,
disciplina, esfuerzo y pasión, después de todo la vida igual que la naturaleza:
Para cosechar primero tenemos que sembrar.
Roberto Celaya
Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/8jk22NUclzA
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