Cuando nos referimos que la vida es una pelea constante, lo hacemos con el pleno conocimiento de que cada paso, cada avance, cado logro, en ocasiones implica una verdadera lucha que deja en nosotros cicatrices emocionales, espirituales e incluso físicas.
Todos
conocemos a alguna persona, amigo o simplemente conocido, que tiene alguna
cicatriz que mostrar, generalmente esa cicatriz va acompañada de una historia,
es así como hay cicatrices detrás de las cuales hay historias verdaderamente
épicas mientras que otras son simplemente el resultado de algún descuido o
accidente.
Dentro
del primer grupo es interesante ver como quienes muestran esas cicatrices narran
con orgullo la manera en que fueron obtenidas, al contar sus historias se remontan
a esos momentos y podemos ver en sus ojos el brillo del recuerdo y en su voz el
alarde del desempeño en la faena. Pero de la misma forma, algo real y palpable
es que toda cicatriz por más orgullo con que se nos muestre, en su momento ha
de haber sido motivo de dolor, frustración e incluso depresión.
Lo
mismo pasa en nuestra vida, necesaria y forzosamente en nuestro andar, dada nuestra
naturaleza, vamos acumulando cicatrices no solo en nuestro cuerpo, sino en
nuestra mente y en nuestra alma. Cicatrices más o menos profundas y más o menos
dolorosas, pero que en todos los casos nos acompañarán por siempre moldeando
nuestro espíritu y nuestro carácter.
Cuando nos referimos que la vida es una pelea
constante, lo hacemos con el pleno conocimiento de que cada paso, cada avance,
cado logro, en ocasiones implica una verdadera lucha que deja en nosotros cicatrices
emocionales, espirituales e incluso físicas.
Todos conocemos a alguna persona, amigo o
simplemente conocido, que tiene alguna cicatriz que mostrar, generalmente esa
cicatriz va acompañada de una historia, es así como hay cicatrices detrás de
las cuales hay historias verdaderamente épicas mientras que otras son
simplemente el resultado de algún descuido o accidente.
Dentro del primer grupo es interesante ver como
quienes muestran esas cicatrices narran con orgullo la manera en que fueron
obtenidas, al contar sus historias se remontan a esos momentos y podemos ver en
sus ojos el brillo del recuerdo y en su voz el alarde del desempeño en la
faena. Pero de la misma forma, algo real y palpable es que toda cicatriz por
más orgullo con que se nos muestre, en su momento ha de haber sido motivo de
dolor, frustración e incluso depresión.
Lo mismo pasa en nuestra vida, necesaria y
forzosamente en nuestro andar, dada nuestra naturaleza, vamos acumulando
cicatrices no solo en nuestro cuerpo, sino en nuestra mente y en nuestra alma.
Cicatrices más o menos profundas y más o menos dolorosas, pero que en todos los
casos nos acompañarán por siempre moldeando nuestro espíritu y nuestro
carácter.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/hDiai5_yTi4
También del mismo autor: Curso internacional para
el mundo de habla hispana “¿Tu helado se
derritió? -Construcción dinámica de liderazgo trascendental-”. Más información en: https://hotmart.com/es/marketplace/productos/tu-helado-se-derritio-construccion-dinamica-de-liderazgo-trascendental/B91847525Q
No hay comentarios:
Publicar un comentario