La motivación requerida para avanzar en la conquista de lo que nos propongamos debe considerar no solo el avanzar sino el no retroceder y para esto último es menester tener bien claro que en ese caminar habrá tropiezos que deben aquilatarse como una fase más en nuestro andar y no como un destino al cual llegar.
El
maestro de Beethoven lo declaró en su momento un caso perdido como compositor;
el maestro de Enrico Caruso, uno de los más grandes cantantes de ópera, decía
que no tenía voz y que no sabía cantar; los maestros de Charles
Darwin
lo consideraban un chico ordinario por debajo del promedio intelectual; el editor
de un periódico despidió a Walt Disney, cuando apenas empezaba su carrera, por
falta de ideas. Los maestros de Thomas Edison decían que era demasiado estúpido
para aprender cualquier cosa; el maestro de Albert Einstein lo describió en su
momento como mentalmente lento, insociable y con sueños absurdos, de hecho en
1905 la Universidad de Berno le rechazó una disertación doctoral por
considerarla irrelevante e irreal; del gran escultor Rodín se decía que era el
peor alumno de la escuela, de hecho los “expertos” rechazaron tres veces su
solicitud de admisión a la escuela de arte; a León Tolstoí, autor de “La Guerra
y la Paz”, lo obligaron a abandonar la escuela ya que los “eruditos” lo
consideraban completamente incapaz de aprender.
Todos
estos ejemplos nos hablan de los grandes retos que uno tiene que enfrentar cuando
persigue los grandes sueños que nos definirán en nuestra vida. Obvio que mientras
más grandes esos sueños más grandes los riesgos y por ende las caídas. Pero de
igual forma podemos ver como el empeño en la conquista de los mismos es lo que
termina definiendo no solo el resultado de la lucha sino también la
construcción de nuestra persona.
Los
muchos cursos, talleres, libros y artículos que sobre el tema de liderazgo,
emprendedurismo
y motivación conozco tienen un énfasis en la lucha y el esfuerzo, pero
considero que no se le da la misma importancia, que según yo requiere, a las
caídas, a los tropezones. Esto tal vez porque el énfasis debe estar en lo
positivo pero si no hay un manejo de lo negativo éste puede dar al traste con todo
el proyecto.
¿Cuántos
de nosotros no conocemos a personas que a la primera de cambios han tirado todo
por la borda? Tal vez nosotros mismos podamos contarnos entre estos, no con el
abandono total de nuestro proyecto de vida, pero sí de algún sueño o meta cuya
dificultad hizo que desistiéramos.
Es
por eso que sostengo que el fracaso temporal (y mira que hago énfasis en la palabra
“temporal”) es algo para lo cual no solo se nos debe preparar sino incluso dotar
de las herramientas para enfrentarlo y para sacar incluso de eso lecciones de
vida que nos permitan crecer como personas.
Esas
caídas a las que hago referencias son reales, están en tu futuro, avances o no
te las encontrarás por que la vida misma no se detiene, luego entonces hazte a la
idea de que te enfrentarás con ello, pero en vez de verlo como un destino, lo cual
sería así si te dieras por vencido, velo como una estación más en ese caminar
hacia tu meta. Algo así como un viaje, por eso lo llamo estación, un viaje donde
vas a un lugar que deseas pero que por el mismo trayecto podrías pasar por
otros lugares que tal vez no te gusten tanto. De igual forma estos tropiezos son
eso, algo de paso, un escalón más en tu ascenso a la meta que te has propuesto.
Con
el simple hecho de que esos tropezones de vida sean vistos como algo de paso tu
visión ya no queda fija en ellos sino que sigue puesta en la meta. Claro está
que esa caída puede obligar a detenernos un poco, incluso completamente para
tomar un respiro, pero una vez descansado y mejorado con esa experiencia que
nos dio conocimiento, conciencia y humildad, continuar nuestro camino en nuestro
andar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/sYwtLltQXGA
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