Si
consideramos los retos que nos presenta la vida como una serie de batallas que
hay que a salir a pelear, en ese mismo sentido y siguiendo el mismo ejemplo, a
cada pelea debe antecederle no solo una planeación basada en la estrategia sino
un estado de ánimo basado en el optimismo y la motivación.
Sin
que sea una regla general, más o menos la misma altura que tiene un árbol es la
que éste tiene debajo de él en forma de las raíces que lo sostienen. De igual manera
un edificio, aunque no lo veamos, tiene una serie de cimientos que lo sostienen
y le permiten erguirse sobre las demás construcciones. Tanto en el árbol como
en el edificio una parte es visible, la otra no, pero curiosamente la segunda, las
raíces y los cimientos, son incluso más importantes pues son lo que sostienen todo.
El
enfrentar los retos que nos pone la vida va en el mismo sentido: hay una parte visible
que viene siendo la acción, la implementación de las estrategias, la actividad
para conseguir lo que nos proponemos, pero de igual forma hay una parte
invisible, escondida, que al igual que las raíces y los cimientos comentados, sostiene
toda nuestra lucha y que es la actitud con que salimos a dar la batalla.
Esta
actitud, si bien optimista y esperanzadora, no se basa, o más bien no debe basarse,
en una falsa expectativa donde el autoengaño sirva para hacernos sentir bien
aunque no tengamos ninguna posibilidad de éxito, al contrario, es una actitud que
contempla todos los escenarios incluso los más adversos, que hace un balance de
nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y que con todo eso logra un conjunto
de fuerzas que son empujadas hacia adelante con el ánimo que reviste la pelea.
De
la misma forma esta actitud no se refiere a un “¡vamos, adelante, tu puedes!” que
realmente no dice nada, sino a un carácter guerrero que sabe, comprende y acepta
que una cosa es la batalla, otra el resultado y otra quien pelea ambas cosas.
La batalla es ese esfuerzo que se imprime para lograr algo, el resultado es lo
que se obtenga o se deje de obtener, pero el guerrero, quien pelea ambas cosas,
es la persona misma y su dinamismo es multidimensional.
Este
dinamismo multidimensional es el que el guerrero percibe al saber que independientemente
del resultado de la batalla algo mágico está pasando con él al aplicar todo su
esfuerzo y energía en pos de una meta, ese entendimiento le permite generar un
optimismo basado en la alegría de ser y estar. Así, aunque no logre la meta,
aunque la batalla se pierda, él sabe que ha logrado algo muy grande consigo
mismo, algo que por ello no tiene precio.
De
la misma forma este estado de ánimo al que nos referimos se basa en saber no
solo el qué de lo que hacemos o intentamos, sino también el por qué y para qué,
es decir, entender la trascendencia de nuestros actos y acciones y ver cada paso
como un avance en nuestro proyecto de vida.
Luego
entonces, como podemos ver, ese estado de ánimo optimista y de esperanza se
basa en la percepción de algo mayor, incluso mayor que uno, en lo cual uno es
partícipe y colaborador, entendiendo las fases de la batalla como eso externo
que vemos, pero sabiendo también que hay batallas internas que libramos y de
las cuales siempre saldremos victoriosos independientemente del resultado externo.
Esta
forma de ver la vida y enfrentar los retos con los que nos encontramos, nos permite
no solo construir nuestro proyecto de vida con mayor libertad al disponer de
mayores recursos para ello, sino también de pelear con un carácter que nos vendrá
a definir como exitosos, así que nunca olvides que la mitad de la batalla está
ganada si sales a pelear con actitud triunfadora.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/wBv1WcS5LwE
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