Los
sueños, las metas, los objetivos, todo ello tiene un necesidad natural de
existir primero en la mente, en los sentimientos, pero la consecuencia lógica
de ello debe ser, no regodearnos en un mundo de fantasía donde lo que queremos
existe de manera inmaterial, sino aplicar nuestro mayor esfuerzo en transformar
esas ideas en concreciones que no permitan construir nuestro proyecto de vida.
Cuando
vemos una persona que consideramos exitosa, sea en el campo del desempeño
humano que sea, lo que estamos contemplando no es sino la punta del iceberg del
esfuerzo que dicha persona tuvo que realizar, algo así como el resultado final
de muchos pasos que tuvo que andar hasta llegar a la meta que se propuso.
Esta
reflexión, si bien razonable, parece que en ocasiones la obviamos cuando deseamos
algo pero no el precio que se tenga que pagar por ello. Ese algo puede ser una
meta, un objetivo, personal, profesional o social pero que por el solo hecho de
no tenerla implica que algo debemos de hacer para ello. Ese algo son las
acciones, muchas o pocas, difíciles o no, que tendremos que efectuar para conseguir
lo que queremos.
En
una ocasión en un taller de liderazgo hablando de este tema les pedí escribieran
tres metas personales que cada quien pudiera señalar de gran logro y trascendencia
para su vida. La respuesta a esta solicitud fue que todos casi de o acciones
que, a partir de ese mismo momento, tenían que realizar para lograr lo que
deseaban. La condición es que tenían que ser pasos o acciones muy concretos que
sirvieran a modo de, por así decirlo, receta de cocina.
En
este punto debo decirlo, y de hecho era el sentido del ejercicio, todos se pusieron
a pensar para ver qué podía escribir como acciones a realizar.
La
idea de este ejercicio, como pueden deducirla, era el mostrar que todos tenemos
mucha claridad en las cosas que quisiéramos lograr, en esas metas y objetivos
que nos harían sentir felices, realizados, completos, pero donde batallamos es
en la serie de pasos o acciones que debemos hacer para lograr eso que deseamos,
pasos y acciones que en caso de no tener claridad serán muy difíciles de dar y
lo que deseamos, obvio, muy difícil de alcanzar.
Soñar
está bien, es excelente, de hecho es algo que sugiero y promuevo. Es una manera
de salir de los límites de nuestra existencia diaria y remontarnos en los cielos
de nuestra vida para darnos mayor amplitud de miras. Pero ese soñar debe ir
acompañado de las respectivas acciones para llevar a cabo lo que nos propongamos.
Estudiar,
leer, escribir, cantar, construir una casa, una familia, una carrera, ¡lo que sea
requerirá de tus acciones! Obvio dirás, entonces ¿por qué cuando no pasa, somos
muy dados a echar la responsabilidad de ello a los otros o a las circunstancias?
No hay nadie más responsable que tú, pero ¿y las adversidades para lograr las
metas?, te preguntarás. Tienes razón, eso no podemos dejarlo de lado, pero de
lo que estamos aquí hablando es de lo que sí puedes hacer y esas son las
acciones que a ti te correspondan. Si por cuestiones ajenas a ti no se logra lo
que habías deseado al menos que no sea porque no diste los pasos necesarios para
ello.
La
vida está llena de sueños, y si no hay que soñarlos, pero una vez soñado lo deseado
hay que trabajar para que venga a la existencia, después de todo un sueño deja
de serlo, para hacerse realidad, cuando despiertas de ello y te pones a trabajar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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