Sin duda alguna a ninguno de nosotros nos gustan los
errores, las caídas que en nuestro andar por la vida experimentamos, pero,
siendo honestos, ¿qué sería de nosotros si no pudiéramos aprender de esa
experiencia?
Supongo habrás conocido a personas para las cuales un
error casi significa como si se les acabara el mundo. Son altamente exigentes
consigo mismas al grado de no perdonarse esos tropiezos que nuestra propia
inexperiencia nos acarrea en el andar cotidiano.
Lo anterior no es una crítica a ese sentimiento negativo
que experimentamos al caer en nuestro andar, de hecho ese sentimiento negativo
significa que estamos funcionando bien, y no sólo eso sino que nos declara que
no estamos hechos para el fracaso.
Pero una cosa es sentir malestar ante los errores que
cometemos y otra muy distinta maximizar a tal grado esos errores que los mismos
prácticamente terminen por definirnos.
Cuando hablo de que los errores pueden llegar a
definirnos me refiero a que ese poder que le damos a nuestras caídas, en vez de
ser utilizadas para aprender, sean usadas para boicotear nuestro proyecto de
vida.
Considerarse un fracasado, alguien que no sirve, una
persona sin valor y condenada a no lograr nada en la vida son los resultados de
considerar un fracaso como la norma que rija el resto de nuestra vida.
Obvio que no podemos, ante un fracaso, una caída, optar
por simplemente sacudirnos el polvo y seguir caminando. Existen una serie de
sentimientos y pensamientos encontrados que deberemos resolver, pero sólo
podremos avanzar en esa resolución si así lo establecemos y la mejor manera de
ello es plantarnos frente al fracaso y ver que podemos sacar de él en provecho
nuestro.
Tal vez esta opción de sacar del fracaso algo en provecho
nuestro pueda parecer algo absurdo, después de todo el fracaso lo sentimos como
algo negativo ¿cómo sacar de él algo positivo? Pero si lo piensas bien el
fracaso, la caída, tuvo que haber ocurrido por algo que no sabías, por algo que
no sentías, por algo que, dado aún no lo usabas en construir tu carácter, te
tomó de sorpresa terminando por abatirte.
Es ahí donde puedes comenzar a sacar algo bueno de esa caída, de ese
tropiezo, después de todo no puede uno caminar sin nunca trastabillar, la única
forma de nunca caer sería negarnos a caminar por la vida, lo cual sería peor
pues terminaríamos tirando por la borda este momento del que disponemos para
llegar a ser lo que estamos llamados a ser.
La próxima vez que experimentes una caída, un tropiezo en
tu andar por la vida, en medio de la vorágine de sentimientos y pensamientos
encontrados que puedas experimentar, date un espacio de tiempo para ver qué
puedes aprender de ello, después de todo no es tan malo tropezarse: cada error
te vuelve más sabio.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
puede verse en video en https://youtu.be/a3svuzD6XyU
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