Cuantas veces no hemos oído, e incluso nosotros mismo
dicho “de haberlo sabido”, y es que la experiencia sin duda alguna nos permite
tener un conocimiento vivencial mayor que, al mirar en retrospectiva, nos hace
ver como mejoraríamos lo hecho; la mala noticia es que el pasado no se puede
cambiar, la buena es que el futuro sí.
Nadie nace sabiendo todo, y es más, me gustaría decir que
nadie se va de este mundo habiendo sabido todo. Pero en ese inter tenemos un
potencial enorme que nos permite aprender, y no solo aprender sino aplicar lo
aprendido, y no solo aplicar lo aprendido sino a través de ello llegar a ser.
Esto último es el meollo de todo: llegar a ser, y si bien
algunos confunden nuestra finalidad en la vida con el llegar a tener, una
visión equilibrada de nuestra existencia nos debe llevar de manera natural a
entender que el tener es un medio para llegar a ser.
Pero en este aprendizaje que vamos experimentando hay
algo que a nadie nos gusta y que son los errores, las caídas, los tropiezos que
en la vida sufrimos. Errores, caídas, tropiezos que si bien son una
consecuencia natural de nuestra inexperiencia son a la vez el pago que tenemos
que dar por conseguir dicha experiencia.
Pero lo que sucede es que en ocasiones nos quedamos
viendo ese pago como si nuestra vida se hubiese ido en ello, cuando no vemos
que hemos obtenido algo de mayor valía pues a cambio de un error, de una caída,
de un tropiezo, hemos llegado a obtener experiencia, sí, pero también a
transformarnos en una persona diferente de la que éramos.
Y es en esto precisamente donde debemos prestar atención,
ya que si nos quedamos viendo el error, la caída, el tropiezo, podemos dejar de
aquilatar la experiencia adquirida y por ende dejar de usar ésta en la
construcción de nuestro proyecto de vida.
Dicen que el ser humano es el único que tropieza dos
veces con la misma piedra, yo diría que no sólo dos sino incluso varias veces;
pero esto sucede porque no se aquilata la experiencia sino que al contrario se
vive viendo el error, la caída, el tropiezo, como lo que definió nuestra vida,
y ahí es cuando pagamos un costo doble: el de la caída propiamente dicho y de
la experiencia que no aprovechamos.
Está bien dolerse y condolerse de los errores, caídas o
tropiezos que experimentemos, de otra forma no habría manera de reconocerlos ni
mucho menos de hacer nuestra la experiencia que de ellos deviene, pero el fin
de los mismos no es sabotear nuestro proyecto de vida sino de darnos mayores
elementos de conocimiento, sabiduría y conciencia que nos permitan avanzar en
la construcción de nuestro proyecto de vida y concluir en un mejor hacer, un
mejor tener y un mejor ser.
La experiencia acumulada nos permite ver las mejores
formas de ser y de hacer, y más que mirar el costo que hemos tenido que pagar
para obtenerla, hay que ver eso como una inversión para explotar nuestro potencial,
después de todo lo mejor de la vida es que si bien no puedes desandar tus
pasos, sí puedes iniciar nuevos caminos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
puede verse en video en https://youtu.be/AS22ddZtAc4
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