La
complejidad de la vida misma, las limitaciones que como humanos tenemos, así
como los retos a los que constantemente nos enfrentamos, requieren necesariamente
de que en nosotros exista una fuerza que nos lleve a avanzar hacia el logro de
nuestras metas incluso teniendo todo en contra, a esa fuerza la podemos llamar
fe y al logro de las metas, en condiciones tan adversas, bien podemos llamarla
milagros.
Según
la página definicion.de, un milagro “es una situación, un fenómeno o una
acción
que no puede explicarse a partir de los principios naturales y que, por lo tanto,
es imputado a la participación de una entidad divina”. Si quisiéramos extrapolar
esta definición hacia las luchas que constantemente como individuos y como
sociedad experimentamos, no podríamos menos que aceptar que en muchas ocasiones
los milagros parecen aparecer en nuestra vida.
La
aseveración anterior no debe ser difícil de entender ni mucho menos de aceptar.
Piensa en esto: la definición de milagro claramente señala que el fenómeno
experimentado “no puede explicarse a partir de los principios naturales”, ¿en
cuántas ocasiones has estado en una situación donde lo más natural era que el
resultado de tus acciones o tus esfuerzos fuera otro pero que gracias a la tenacidad
lograste lo imposible?
Si
dejamos que todo fluya naturalmente es obvio que lo que obtendríamos en la vida
sería mucho muy distinto de aquello que obtenemos cuando aplicamos nuestra
energía, nuestro esfuerzo y nuestro ingenio. Ahora que si le sumamos a esto las
adversidades que en muchas ocasiones remontamos y que naturalmente llevarían a
otro resultado, no puede menos que entenderse y aceptarse la existencia de verdaderos
milagros en nuestra vida.
El
presente razonamiento no busca llevar la definición y el entendimiento de lo
que son los milagros por un camino diferente al formalmente aceptado, sino más
bien llevar tu atención al hecho de la confluencia de circunstancias en
nuestras vidas que nos permiten remontar la adversidad y llegar a buen puerto
aún teniendo todo en contra.
Pero
para lograr lo anterior se requiere de fe. Fe en nosotros mismos, fe en nuestros
sueños, fe en nuestras posibilidades. No una fe que crea solo por creer sino
una fe basada en que somos entes pensantes, sintientes y actuantes y que reunimos
en nosotros mismos todo lo que ha hecho grandes a otras personas a lo largo de
la historia humana.
¿O
acaso crees que los grandes hombres y mujeres de la historia han sido gente diferente
de ti? Eran iguales a ti: sentían, temían, amaban, odiaban, lloraban, reían, y
al igual que tú, tenían un sueño, una meta, un deseo tan fuerte que prácticamente
los consumía y los impelía a avanzar sin descanso, sin fatiga, sin claudicación.
Si
no crees en el párrafo anterior te propongo lo siguiente: mencióname tres grandes
personajes y dime, según tú, que tenían de diferente o de extraordinario a ti.
Esta reflexión deberá llevarte a reconocer que incluso en muchas ocasiones estaban
con mayores desventajas que las tuyas y aun así salieron adelante, y si ellos
pudieron ¿por qué tu no?
Si
crees que lo imposible es posible, que lo increíble es creíble y que lo
irrealizable es realizable, entonces eres parte de ese grupo de gentes que se
levanta de su condición humana para tocar con sus dedos lo divino, después de
todo a veces nuestra fe es tan grande que no nos cabe dentro y tiene que
salir... salir a hacer milagros.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/1Uz0qDgRjTM
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