El ser humano está
hecho de deseos prácticamente ilimitados. Todos quisiéramos tener más, ser más,
incluso vivir más. Cuando enlistamos todas aquellas cosas que quisiéramos
lograr lo lógico es que algunas nos parezcan sino irrealizables casi
imposibles, pero si valen la pena, ¿por qué no intentarlo?
¿Cuántas veces hemos
escuchado la frase: "no creí que fuera posible"? Frente a hechos o
logros de otras personas que nos pasman se nos vienen dos ideas a nuestra
mente: lo fácil y realizable que parece el hecho una vez realizado y el por qué
no fuimos nosotros quienes lo hicimos.
A veces pareciera que
ante los retos solo estaríamos dispuestos a correr aquellos riesgos siempre y
cuando tuviéramos la certeza de conquistar. Si así fuera ¡dejarían de ser
riesgos! Un riesgo implica la posibilidad de ganar o perder, si solo intentáramos
aquellos por lo que tuviéramos certeza de lograr la vida sería harta aburrida,
pero no solo eso, en realidad nunca creceríamos como personas.
Piensa en lo siguiente,
¿cómo logra un campeón de levantamiento de pesas levantar en ocasiones hasta
cientos de kilos? No es manteniéndose en aquello que desde un inicio puede
levantar sino intentando levantar cada vez más. Al inicio tal vez no pueda,
luego le costará y finalmente podrá levantar lo que se propuso. Lo anterior se
da por que, ante la exigencia planteada, el cuerpo reacciona creando músculos,
fortaleciendo huesos, endureciendo tendones, hasta que puede levantar el peso
deseado. Ese mismo símil es aplicable a la natación, la carrera de velocidad,
el lanzamiento de jabalina, el salto con garrocha... y el logro de los sueños.
Hay
un ejercicio muy sencillo que me gusta realizar en algunos talleres. Pongo una
manzana en una mesa a diez pasos de una persona y le pido a alguien que llegue
hasta donde está la manzana sin moverse de donde está (a veces tengo que
repetir la instrucción, no porque no la entiendan, sino porque es totalmente ilógica).
No pasa mucho tiempo antes que alguien (generalmente quien se le pidió la
acción) señale lo imposible de lograr tal cosa con la condición dada, ¡y tiene razón!
Pero la vida es igual, si nunca damos el primer paso, si nunca lo intentamos,
nunca sabremos si lo pudimos lograr o no. El intentarlo te permite al menos
plantear esa posibilidad, pero él no intentarlo te garantiza que nunca lo lograrás.
Todos
tenemos en nuestra vida ejemplos de cosas que logramos después de intentarlo,
cosas que creíamos al inicio que no podríamos, desde andar en patines o
bicicleta cuando niños hasta terminar una carrera cuando grandes.
El
intentarlo nos permite ver hasta dónde podemos llegar, pero lo que es mejor, desarrollar
con la práctica capacidades que nos van haciendo mejores, y no mejores con
relación a los demás, sino mejores con relación a nosotros mismos.
Este
ser mejor abarca crecer en miras, en sueños, en confianza, desarrollar carácter,
valor, compromiso, superar nuestros miedos, obstáculos y límites, y finalmente
llegar a ser los seres de excelencia que estamos llamados a ser.
Hay
quienes llevan el razonamiento del éxito hasta extremos donde no vale intentar
sino solo lograrlo, si así fuera el pesista, el nadador, o el corredor nunca lo
lograrían pues generalmente las metas que valen la pena están fuera de los alcances
de nuestras capacidades actuales. Inténtalo, pero no una, ni dos, ni tres veces...
inténtalo tantas veces como sean necesarias para que al final logres tus metas.
Recuerda: No hay pretexto: Si puedes hacerlo, hazlo, y si no ¡al menos inténtalo!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/6yRe5os16x8
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