Hay conceptos que en el transcurso de la historia de la humanidad han llamado la atención lo mismo de las sociedades que de las personas, uno de esos conceptos es el de la inmortalidad, curiosamente la inmortalidad puede construirse día a día, siendo que, desde esa perspectiva, uno debe cuidar lo que construye pues eso permanecerá para siempre.
Cuando
hablamos de inmortalidad hay dos acepciones que se nos vienen a la mente, una
de ella es la de la imposibilidad de morir, pero la otra, y que es la que nos
interesa, se refiere a la perdurabilidad de algo en la memoria, ya que eso implica
que todos podemos alcanzar este estado (al menos en su segunda acepción) para
lo cual debemos cuidar nuestro actuar presente.
El
pensamiento anterior puede ser muy poderoso cuando pensamos nuestras acciones
temporales con un sentido de trascendencia ya que nos motiva a dar ese esfuerzo
extra para poder así tener un efecto que vaya más del momento presente.
Curiosamente mucha gente piensa en el corto plazo, en el beneficio que en su
tiempo pudiera acarrearle alguna acción, lo cual cobra su máxima expresión en
cuestiones de corrupción y delitos. La corrupción y los delitos son el camino fácil
y rápido para obtener hoy lo que se quiere, pero no solo obtener hoy lo que se quiere
sino obtenerlo hoy a costa del futuro.
Por el contrario, cuando uno piensa en función de la
trascendencia de sus actos se da cuenta que la cobardía de no exigir, de no
señalar, de no criticar, la complacencia de ocultarse, de beneficiarse, de
hacerse cómplice, genera en el largo plazo, a manera del efecto fractal, un
boomerang de consecuencias que, aunque no lleguen a afectar a uno, afectaran a
las generaciones futuras de nuestros amigos y familiares.
Eso en la cuestión social o comunitaria, pero
también está la cuestión personal. Todos conocemos casos de amigos, familiares
o simples conocidos a los cuales todavía se les recuerda, más que por su
carácter o su personalidad, por aquellos actos que definieron su vida, siendo
que los actos de valor, de carácter, de congruencia, serán reconocidos por las
generaciones incluso una vez que uno se haya ya ido, pero de la misma forma los
actuares tibios, convenencieros o de plano cobardes, serán señalados de forma
recriminatoria en la trascendencia de nuestros actos.
Hay un ejercicio que en ocasiones uso en mis
talleres de liderazgo y que es bien sencillo y a la vez aleccionador y que te
comparto: en una hoja blanca pon tu nombre en la parte de arriba, después, en
cuando mucho cinco renglones pon la manera en que te gustaría te recordaran (en
este punto y como ayuda les digo que se imaginen que abren una enciclopedia del
futuro donde estuvieran, ¿qué te gustaría dijera?); una vez efectuados los dos
pasos anteriores, trazar una raya horizontal que divida lo que se acaba de
escribir y poner debajo de esa línea todas las acciones que ahora mismo están
desarrollando para lograr esa manera en que quieren ser recordados.
Como mencioné, es un ejercicio sencillo que
generalmente arroja una deficiencia de acciones actuales para ese recuerdo que
se desea se asocie con uno. Generalmente un 80% levanta la mano cuando les
pregunto ¿quién no cree que con lo que ahorita está haciendo se logre esa forma
en que quieren ser recordados?, pero acto seguido señalo –y de igual forma te
señalo a ti quien lees esto- que no todo está perdido, es más que hay buenas
noticias: todavía tienes tiempo de entrar a la historia con el carácter y el valor
que solo la gente libre posee.
El camino a la eternidad, comienza en el presente;
nuestras acciones nos
conducen, no solo a las metas planteadas, sino
también a la forma en que seremos recordados, de ahí el valorar con creces el
momento presente para trabajar ahora por la inmortalidad que ya es nuestra pero
que nosotros decidiremos como se nos recuerda, después de todo la trascendencia
tiene que ver con lo que ahorita estás haciendo, ¿cómo quieres que se te
recuerde?
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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