En la vida todos queremos ser alguien, todos queremos
lograr algo, pero la premisa para ello es precisamente el saber qué queremos
ser y qué queremos lograr, pero sobre todo por qué y para, solo así no solo
seremos y tendremos sino aún más importante aún, trascenderemos.
Todos conocemos la reflexión del escultor que después de
mucho trabajo en su taller muestra al público una obra de gran belleza; al ser
felicitado por la obra que había esculpido, el escultor de manera humilde
señala "la escultura ya estaba ahí, lo único que yo hice fue quitar lo que
estaba de más".
Nuestra vida misma es como la escultura anterior, en
nosotros está el germen de todo lo que podemos ser, de todo lo que podemos
lograr; solo que, como el escultor de la historia, necesitamos quitar todo
aquello que está de más y que en ocasiones, sino es que siempre, funciona como
lastre.
Un dicho en tono de broma dice que "el que tenga
perro que lo amarre, y el que no pues no". Es algo por demás lógico que
raya en lo absurdo, pero de ese absurdo podemos sacar una instrucción para la
vida: para amarrar un perro tenemos que tenerlo, pues bien, para lograr un
sueño de igual forma tenemos que primero tenerlo.
En otras ocasiones en artículos previos hemos mencionado
esto de los sueños. Un sueño no es una ideación, no es una fantasía, no es algo
abstracto en lo que nos regocijamos con solo imaginarlo, por el contrario, al
menos en la manera que nos referimos cuando en esta serie de artículos los
mencionamos, un sueño es aquello interno que nos mueve, lo que nos motiva a ser
mejores, lo que nos permite sentirnos vivos, en pocas palabras, lo que le da
sentido a nuestra vida.
Ahora bien, ¿todos tenemos sueños por los que vale la
pena vivir? En una ocasión en un taller de liderazgo hice esta pregunta, obvio
que nadie dijo que no, así que pregunté si conocían a alguien que ya no tuviera
sueños, uno levantó la mano y platicó de un conocido que ya no tenía lo que
llamaríamos esperanzas por las cosas que le habían tocado vivir, que sentía que
su vida no tenía sentido y que no valía la pena seguir adelante.
Luego le pregunte a la persona que nos hablaba de esta
persona si alguna vez en todo este tiempo que lo conocía, incluso en este
estado de ánimo, lo había visto alegre, motivado, ¡lo que diríamos vivo!
Comenzó a darnos dos o tres ejemplos en los que su amigo prácticamente era
otro, la vida le volvía al cuerpo y su forma de ser, de ver, de hablar, era
otra.
La conclusión, tal vez simplista, era obvia, la persona
de la que hablábamos realmente no es que no tuviera algo que lo animara, que lo
llenara de vida, que realmente lo motivara, lo que pasaba es que la mayor parte
de su tiempo lo dedicaba a lo contrario, luego entonces la vida le parecía sin
sentido en general.
Este mismo ejercicio podemos todos y cada uno de nosotros
aplicarlo en nuestra vida, ¿qué es lo que mayormente hacemos?, ¿qué es aquello
que realmente nos llena de gozo y satisfacción?, ¿cuánto le dedicamos a una
actividad y a otra?, ¿qué nos impide dedicarle más a lo que nos hace vibrar por
dentro y por fuera?
Si haciendo un balance de vida ésta te parece
satisfactoria y tienes motivos para estar agradecido ¡enhorabuena!, pero si no
es así, tal vez debas sentarte y pensar bien que quieres hacer de este pequeño
interludio consciente que se te ha permitido experimentar, después de todo
recuerda que para lograr sueños... ¡lo primero es tenerlos!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
puede verse en video en https://youtu.be/J0jnAbFAJrE
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