El hacerse dueño de de nuestra propia vida no solo se
refiere a tomar por uno mismo las decisiones que considere pertinentes, sino
–y más importante aun- hacerse
responsable de las consecuencias de ello. Ambas acciones, el decidir con
madurez y el aceptar los resultados de las decisiones, forman parte del
carácter y de la verdadera libertad con responsabilidad.
Dicen que una vez existió una persona que constantemente
se ponía metas y las lograba. Mientras más ambiciosas las metas más empeño le
ponía y los éxitos se acumulaban uno tras otro. La gente estaba intrigada del
dinamismo y fuerza que esta persona ponía en sus planes y se cuestionaba sobre
la fuerza interna que lo facultaba a lograr todo lo que se proponía. Cuentan
que ya en la vejez un reportero que hacía la reseña de su vida le hizo la
pregunta que todos tenían en mente “¿Cómo era posible que aún y cuando las
cosas parecían imposibles, él se las arreglaba para hacer realidad sus metas?”,
la respuesta no pudo ser más sencilla a la vez que sorprendente: “Sabes, ahora
que veo en retrospectiva me doy cuenta de eso que me dices, pero en su momento
nadie me dijo que eso era imposible y yo tampoco lo pensé”.
Es curioso cómo cambia la percepción de las cosas y la
motivación de nuestras acciones cuando la palabra imposible o difícil aparece
en el horizonte. No quiere esto decir que todo lo que uno piense que es fácil
por ese simple hecho lo sea, pero sí que el andar cobra otro dinamismo cuando
queremos, sabemos y creemos que se puede
hacer.
Y en esa dinámica de querer y poder, la parte de aceptar
los resultados es sumamente importante. ¿Cuánta gente conocemos que
constantemente tiene para cada fracaso o inacción una justificación, la cual
generalmente es una justificación externa? Yo creo que hemos de conocer varias:
cuando no es el gobierno, es la familia, son los amigos, es la vida, la mala
suerte o Dios quienes se han confabulado para hacer irrealizable las metas
propuestas.
Si uno observa a los niños, estos tienen dos facetas: son
muy libres (hacen lo que les da la gana y por eso uno debe guiarlos) y son
fácilmente manipulables por la falta de carácter y conciencia que tienen. Conforme uno va creciendo ambas facetas
tienden a un desarrollo pleno donde ese “hacer lo que le venga en gana” se
transforma en un actuar libre pero responsable, donde el egoísmo deja paso a la
solidaridad, de la misma forma ese carácter altamente manipulable cede para
dejar ver un carácter donde uno toma las decisiones y se hace responsable de
las acciones.
Esta última parte es sumamente importante pues el peso
que la sociedad actual da sobre la libertad es claro y contundente, pero el
peso en cuanto a la responsabilidad de las acciones es difuso y leve. La responsabilidad es hacerse dueño de
nuestro propio destino, no dejando en actores externos (aunque sí
considerándolos), las decisiones que tengan que ver con nuestro desarrollo,
superación y excelencia.
Puedes ir por la vida señalando que tal o cual cosa o
persona es la responsable de tu desdicha o estancamiento, pero la realidad ha
sido, es y será, que eres tú quien es responsable de tu destino, tu felicidad y
de eso que dura un momento pero que trasciende hacia la eternidad y que
llamamos vida.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo
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