Se
dice que por lo general el problema no es plantearse la meta, sino conseguirla.
Esto se debe a que la meta puede deberse a cuestiones personales y profesionales
y responder sea a necesidades o deseos de cada quien, pero en el caso de la
consecución de las mismas, esto solo se logrará a través de estrategias,
acciones y operaciones y en el largo camino es posible que llegue el momento en
que uno se sienta cansado, ante esto tomarse un respiro es lo mejor.
Dos
situaciones son las que dificultan ese avanzar en la consecución de las metas:
la primera es que aunque se tengan contempladas acciones para la consecución de
las metas, es posible que esas acciones no sean las correctas, lo cual
implicará reorientarlas una vez que se determine que no nos ayudan para lograr
la meta planteada, pero para entonces ya se le habrán destinado recursos. La
segunda situación se refiere a que la consecución de una meta, sobre todo
cuando son metas importantes y trascendentes, generalmente lleva tiempo, tiempo
en el cual se desarrollan las acciones y se van obteniendo resultados
parciales.
De
lo anterior es normal, lógico e incluso deseable (más delante explicaremos por
qué de esto último) que uno se sienta cansado, abrumado o desilusionado al
grado de querer claudicar en la búsqueda del logro de esa meta. Pero veamos las
cosas desde otra perspectiva: Si las metas que realmente valen la pena pudieran
ser obtenidas rápidamente y con un esfuerzo mínimo, no sucedería un milagro en
nosotros mismos que es el de forjar nuestro carácter. Así como el trabajo rudo
hace a la gente fuerte físicamente hablando, las vicisitudes que experimentemos
en el camino hacia nuestras metas nos darán una fortaleza interna a toda
prueba.
Anteriormente
mencionamos que un estado anímico de desmotivación es una consecuencia normal y
lógica y así hay que verlo. Nuestro cuerpo es muy sabio, si incluso una máquina
necesita dejarse reposar so pena de que se descomponga, con más razón nuestro
organismo. La consecución de una meta implica aplicación de recursos y la
concentración de fuerzas de nuestra parte, esto genera un desgaste físico, pero
más mental y emocional. De ahí que lo más normal para subsanar este desgaste
sea que nuestro ser detenga el flujo de recursos para recuperase, y es ahí
cuando, como se dice vulgarmente, nos venimos abajo.
También
se mencionó (y ahora es el momento de aclararlo), que este estado anímico
negativo es de alguna forma incluso deseable, ¿por qué decimos esto?, porque
una situación como la planteada nos trae de vuelta a la realidad, nos muestra
como las personas finitas y limitadas que somos y nos genera esa capacidad
llamada empatía de llegar a comprender a quienes caen en la batalla diaria. En
otras palabras, nos genera humildad personal.
Dicen
que se aprende más de una caída que de una victoria, y así es, pero también se
aprende más de un bajón anímico en el fragor de la lucha diaria que de avanzar
constantemente a la meta sin detenernos. Estos bajones nos generan otras
capacidades: como la de reflexión, introspección, incluso de valorización de
quienes están a nuestro lado en esos momentos. Nos hace uno con los demás y nos
permite compartir y compartirnos.
Por
otra parte, el mundo actual, exigente y competitivo, nos ha vendido la idea de
que no podemos detenernos por un momento en nuestra lucha diaria, y no es así,
el querer responder a esa idea genera estados físicos y mentales negativos pues
llevan a nuestro ser más allá de sus límites. Es como cuando se estudia toda la
noche para un examen, el resultado no es igual que si ese estudio se hubiera
espaciado en varios días o semanas permitiéndonos asimilar de una manera
integral la información.
Pretender
llegar a la meta sin detenernos en ningún momento no es sano, normal ni lógico.
Pretender que cuando venga ese bajón emocional se tirará todo por la borda,
tampoco es sano, normal ni lógico.
Ahora
bien, el tomarse ese descanso es riesgoso pues pasar del frenesí de la actividad
al sosiego de la calma puede hacernos desistir de nuestra lucha. Lo que yo
recomiendo es, sí, tomarse ese descanso, pero dedicarlo a dos grandes
reflexiones: ver hacia atrás y ver hacia adelante.
Por
ver hacia atrás, y para que el estado negativo anímico no termine por
abatirnos, me refiero a hacer un recuento de los logros que hasta ese momento
se han tenido. Es obvio que si se ha llegado a un estado de cansancio es porque
se ha avanzado, poco o mucho pero se ha avanzado, ¿por qué no contar aquellos pequeños
logros que en el andar se han obtenido en vez de contemplar lo que aún no se
obtiene?
Por
su parte ver hacia adelante se refiere a pensar y repensar las estrategias,
acciones y operaciones que contemplamos deban realizarse para continuar
luchando por nuestra meta. Esto es muy útil pues se tiene la información de lo
logrado hasta ese momento, tanto de lo que ha resultado como de aquello que no
ha tenido éxito. Con esto podemos ver lo que nos falta por hacer y evaluar las
acciones futuras.
Cuando
las fuerzas disminuyan, cuando la motivación decaiga, cuando el cansancio
apriete, podemos detenernos un momento, ver lo que hasta ese entonces hemos
logrado y repensar las acciones que en breve emprenderemos, después de todo en
la lucha nos es permitido tomar un descanso, ¡pero nunca claudicar de conseguir
nuestras metas!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
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