Si
pensamos en nosotros como en una casa veremos el símil que existe entre los
malos momentos que experimentamos en el primero caso y el polvo que entra en el
segundo, así como en ambos la decisión de uno por echarlos fuera.
¿Te
has fijado cómo encuentras tu casa cuando sales de vacaciones aunque sea unos
días?, tal vez todo siga igual cuando regreses pero ¿qué es lo primero que ves?
Claro: el polvo que se ha acumulado. Cochera, sala, comedor, habitaciones, todo
tiene una fina capa de polvo que se acumuló los días que no estuviste en casa.
¿Y
te has fijado cuando, estando tú en casa, se deja venir una tolvanera?, ¿cómo
es el ingreso del polvo en esos casos? Abrupto, ¿verdad?, a veces no te da ni
siquiera oportunidad de cerrar la puerta cuando todo está lleno de tierra.
Algo
similar pasa con tu vida y los malos momentos que vas experimentando. Esos
malos momentos pueden ser sutiles como el polvo que tarda días en acumularse
cuando tú estás fuera de casa, o bien pueden ser abruptos como la tierra que se
mete a tu hogar en una tolvanera.
Los
primeros momentos mencionados son a veces tan sutiles en ir haciendo mella en
nosotros que prácticamente no nos damos cuenta sino hasta que éstos hacen una
crisis en nuestra persona. Los segundos momentos son fácilmente reconocibles
pues su grosera aparición en nuestra vida no deja lugar a duda.
Independientemente
esos momentos, al igual que el polvo que se mete a tu casa, pueden ser echados
fuera. Fácil, ¿verdad?, pues no lo es tanto. Si no me lo crees fíjate en tu
vida, no en la de los demás, sino en tu vida y ve todas esas veces en que te
has sentido tan cómodo con ese polvo que entró, con esos malos momentos, que no
los barres para afuera. ¿No me crees? Echemos un vistazo.
Cada
vez que rumias una mala situación para justificar tu presente, cada vez que te
regodeas en malos momentos para sentir lástima por ti mismo o para que los
demás la sientan, cada que lo que te pasó sea usado como un pretexto para lo
que te pasa, no estás haciendo otra cosa más que sentirte a tus anchas en esos
problemas y dejarlos que se queden formando parte de tu vida. Aceptas que el
polvo se quede en casa.
¿Que
no te gusta el polvo?, o más bien ¿que no te gustan los malos momentos?, ¡pues
no te quedes con ellos! , ¿qué haces recordándolos en todo momento si tanto te
disgustaban?, peor aún: ¿qué haces incorporándolos como fundamento y
justificación de las decisiones que tomas sin tanto los rechazas! Echa ese
polvo fuera de tu vida, no te lo quedes, ¿por qué? por dos razones. La primera
es que ese polvo ni era tuyo, esos malos momentos vinieron de fuera, la segunda
es que ese polvo para nada te va a servir, esos malos momentos, al contrario,
detendrán tu andar en pos de tu proyecto de vida.
No
debería ser necesario encontrar motivos para sacar de tu vida aquello que, como
el polvo en una casa, no te sirve, motivos hay y de sobra, la cosa es que tú
tomes esa decisión, después de todo los malos momentos son como el polvo, tú no
decides cuando entran pero sí cuando los barres y sacas fuera.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
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