miércoles, 28 de febrero de 2024

Si las metas valiosas pudieran obtenerse con un esfuerzo mínimo, no sucedería el milagro de forjar nuestro carácter


 

Durante el transcurso de nuestra existencia nos encontraremos con dos tipos de retos: los que nosotros le ponemos a la vida y los que la vida nos pone a nosotros. Generalmente a los que nosotros le ponemos a la vida le llamamos metas y los que la vida nos pone a nosotros le llamamos pruebas. Independientemente de ellos ambos logran en nosotros el milagro de forjar nuestro carácter.

 

Pensemos por un momento en algún gran logro de la humanidad atribuible a una persona, puede ser un logro científico, deportivo, social, cultural. Sea lo que sea lo que hayamos pensado, seguro estoy se trata de un hecho que reconocemos, que aplaudimos, que celebramos, pero del cual tal vez poco sepamos en cuanto al esfuerzo requerido para lograrlo, esfuerzo que contiene la magia no solo del logro obtenido sino de la transformación de la persona.

 

Cuando hablamos de transformación nos referimos a ese cambio que se da en la persona y que surge como efecto del esfuerzo, de las caídas, de levantarse, de hacerse cada vez más fuerte, más sabio, más humilde. Una transformación que nos da algo más duradero que la meta conquistada pues la meta pasa, es conquistada y queda en el pasado, pero la transformación de la persona queda y nos acompaña siempre. Esto último plantea una relevancia trascendente que ver pues –ojo- se logre o no la meta, la transformación en nuestra persona se dará. De ahí que cualquier esfuerzo, que cualquier lucha, que cualquier campaña traerá forzosamente el cambio interno, por lo que el logro externo de la meta es un valor agregado.

 

En una ocasión una persona, oyendo todo lo que había sufrido otra, le preguntó a esta última que si que cambiaría de su vida en vista de todo lo que había sufrido, a lo que la última le contestó que nada pues así como había sufrido, muchas cosas bellas y más valiosas habían llegado, pues el dolor se había ido pero lo bello y valioso había permanecido.

 

Todos nosotros podemos en retrospectiva ver en nuestra vida (sobre todo a la distancia) eventos que en su momento nos parecieron tan complicados (por decirlo en cierta forma) que pensamos que nada bueno podría salir de ellos, pero seguro estoy que ahora podemos ver los cambios que tuvo nuestra persona que nos hicieron más sabios, más fuertes, más humildes.

 

La esencia de esto es pasar las pruebas de la vida con la confianza de lo que viene, como el marinero que ante la tormenta llega incluso a atarse al mástil mayor para no ser tirado por la borda. Ese mástil mayor es en nuestra vida nuestras esperanzas, nuestras convicciones, nuestros valores, aquello que nos permite soportar valientemente aun cuando todo parece sin sentido pues sabemos que somos seres tan pero tan trascendentes que somos capaz de transformar alquímicamente, como por arte de magia, eventos adversos, pruebas desfallecientes, metas inalcanzables, en frutos personales de abundancia, vida y conciencia.

 

La vida a veces es dura, a veces duele, a veces quiebra, pero el resultado final es de tal belleza que apenas llegando a él se entiende lo otro después de todo si las metas valiosas pudieran obtenerse con un esfuerzo mínimo, no sucedería el milagro de forjar nuestro carácter.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/BkB_QJAM6hc

 

 

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