Durante
el transcurso de nuestra existencia nos encontraremos con dos tipos de retos:
los que nosotros le ponemos a la vida y los que la vida nos pone a nosotros.
Generalmente a los que nosotros le ponemos a la vida le llamamos metas y los
que la vida nos pone a nosotros le llamamos pruebas. Independientemente de
ellos ambos logran en nosotros el milagro de forjar nuestro carácter.
Pensemos
por un momento en algún gran logro de la humanidad atribuible a una persona,
puede ser un logro científico, deportivo, social, cultural. Sea lo que sea lo que
hayamos pensado, seguro estoy se trata de un hecho que reconocemos, que aplaudimos,
que celebramos, pero del cual tal vez poco sepamos en cuanto al esfuerzo
requerido para lograrlo, esfuerzo que contiene la magia no solo del logro obtenido
sino de la transformación de la persona.
Cuando
hablamos de transformación nos referimos a ese cambio que se da en la persona y
que surge como efecto del esfuerzo, de las caídas, de levantarse, de hacerse
cada vez más fuerte, más sabio, más humilde. Una transformación que nos da algo
más duradero que la meta conquistada pues la meta pasa, es conquistada y queda
en el pasado, pero la transformación de la persona queda y nos acompaña
siempre. Esto último plantea una relevancia trascendente que ver pues –ojo- se
logre o no la meta, la transformación en nuestra persona se dará. De ahí que
cualquier esfuerzo, que cualquier lucha, que cualquier campaña traerá forzosamente
el cambio interno, por lo que el logro externo de la meta es un valor agregado.
En una ocasión una persona, oyendo todo lo que había
sufrido otra, le preguntó a esta última que si que cambiaría de su vida en
vista de todo lo que había sufrido, a lo que la última le contestó que nada
pues así como había sufrido, muchas cosas bellas y más valiosas habían llegado,
pues el dolor se había ido pero lo bello y valioso había permanecido.
Todos nosotros podemos en retrospectiva ver en
nuestra vida (sobre todo a la distancia) eventos que en su momento nos
parecieron tan complicados (por decirlo en cierta forma) que pensamos que nada
bueno podría salir de ellos, pero seguro estoy que ahora podemos ver los cambios
que tuvo nuestra persona que nos hicieron más sabios, más fuertes, más
humildes.
La esencia de esto es pasar las pruebas de la vida
con la confianza de lo que viene, como el marinero que ante la tormenta llega
incluso a atarse al mástil mayor para no ser tirado por la borda. Ese mástil
mayor es en nuestra vida nuestras esperanzas, nuestras convicciones, nuestros
valores, aquello que nos permite soportar valientemente aun cuando todo parece
sin sentido pues sabemos que somos seres tan pero tan trascendentes que somos
capaz de transformar alquímicamente, como por arte de magia, eventos adversos,
pruebas desfallecientes, metas inalcanzables, en frutos personales de
abundancia, vida y conciencia.
La vida a veces es dura, a veces duele, a veces
quiebra, pero el resultado final es de tal belleza que apenas llegando a él se
entiende lo otro después de todo si las metas valiosas pudieran obtenerse con
un esfuerzo mínimo, no sucedería el milagro de forjar nuestro carácter.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este artículo puede verse en video en https://youtu.be/BkB_QJAM6hc
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