Cuando
nos referimos que la vida es una pelea constante, lo hacemos con el pleno
conocimiento de que cada paso, cada avance, cado logro, en ocasiones implica una verdadera lucha que
deja en nosotros cicatrices emocionales, espirituales e incluso físicas.
Todos
conocemos a alguna persona, amigo o simplemente conocido, que tiene alguna
cicatriz que mostrar, generalmente esa cicatriz va acompañada de una historia,
es así como hay cicatrices detrás de las cuales hay historias verdaderamente
épicas mientras que otras son simplemente el resultado de algún descuido o accidente.
Dentro
del primer grupo es interesante ver como quienes muestran esas cicatrices
narran con orgullo la manera en que fueron obtenidas, al contar sus historias
se remontan a esos momentos y podemos ver en sus ojos el brillo del recuerdo y
en su voz el alarde del desempeño en la faena. Pero de la misma forma, algo
real y palpable es que toda cicatriz por más orgullo con que se nos muestre, en
su momento ha de haber sido motivo de dolor, frustración e incluso depresión.
Lo
mismo pasa en nuestra vida, necesaria y forzosamente en nuestro andar, dada
nuestra naturaleza, vamos acumulando cicatrices no solo en nuestro cuerpo, sino
en nuestra mente y en nuestra alma. Cicatrices más o menos profundas y más o
menos dolorosas, pero que en todos los casos nos acompañarán por siempre
moldeando nuestro espíritu y nuestro carácter.
Es
interesante ver como quienes logran sobreponerse a grandes pruebas muestran esas cicatrices
con orgullo. La manera en que el dolor, la frustración, la depresión los vino a
hacer más fuertes es algo que los llena como personas pues ven ahora su
trascendentalidad. Pero cuando uno está pasando por una prueba, sobre todo si
esta prueba es considerable, los efectos de la misma en nuestra vida
generalmente se ven como negativos, nefastos, funestos.
Hagamos
un pequeño ejercicio: piensa por un momento en algún evento muy fuerte por el
que hayas pasado, un evento que podríamos decir, te dejo marcado para siempre.
De la misma forma, date cuenta cómo es que a la distancia, una vez que las
emociones encontradas han cedido, hay lecciones de vida que puede ser recogidas
como las pepitas de oro en un río. De la misma forma date cuenta cómo es que
esa prueba era prácticamente necesaria para poderte llevar a ser una persona
mejor, más fuerte, más decidida, con mayor carácter y con horizontes más
amplios.
¿Esto
quiere decir que los sentimientos negativos que experimentamos en el momento de
las pruebas no tienen razón de ser? ¡Al contrario!, claro que tienen razón de
ser, la razón es precisamente moldear tu carácter, permitirte cambiar, dejar
esas cicatrices en tu persona y también permitirte una válvula de escape
mientras el proceso se realiza.
Toda
lucha nos cambia, todo prueba nos transforma, toda pelea modifica nuestro ser,
nuestros sentimientos, nuestros pensamientos,
siendo que una vez que se ha alcanzado la meta perseguida, las
cicatrices que la batalla haya dejado en nosotros serán los trofeos de vida que
podremos mostrar al mundo, después de todo las cicatrices de tu lucha actual
serán tus trofeos futuros cuando triunfes en tus metas
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
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