La vida está hecha de retos, retos que para superarse
requieren de utilizar recursos, recursos que como el dinero son renovables o
como el tiempo no lo son, pero que independientemente de ello requieren de
estrategia para que dichos recursos no sean desperdiciados.
Las metas, más que como punto final de una serie de
acciones, en muchas ocasiones se convierte en un nuevo punto de partida que nos
permite iniciar nuevos andares en nuestra vida, en la medida que la meta
establecida sea elevada y noble, nos permitirá partir con ventaja hacia nuevos
horizontes.
La meta no solo es un “qué quiero lograr” sino más bien
un “por qué lo quiero lograr”, eso es establecer un propósito, algo no solo que
nos guíe sino que nos motive. La misma palabra “propósito” hace referencia a un
acto volitivo, una acción donde tanto la mente como los sentimientos
intervienen voluntaria y libremente para conseguir un objetivo, donde hemos
calculado los costos y beneficios y donde nos sentimos lo suficientemente
motivados para avanzar hacia la consecución de las metas, es así pues que para
esto requerimos tener claridad de ideas y fuerza de corazón.
En este sentido, tanto mente y sentimientos deben ir a la
par ya que si solo le ponemos cabeza a las cosas estaremos caminando por un
terreno sumamente árido que fácilmente terminará desgastándonos; por el
contrario, si somos todo corazón, es decir, sentimientos y motivación pero sin
objetividad de pensamiento, corremos el riesgo de llegar con mucho entusiasmo a
lugares que no queríamos.
Propósito es trazar una meta sabiendo los qué y andar el
camino hacia ella sabiendo los porqué; y ambos, qué y por qué, son cobijados
por las estrategias que incluyen esfuerzos y recursos.
En este punto, cuando hablamos de esfuerzos y recursos,
ojo, nos referimos tanto a esfuerzos y recursos tangibles como intangibles.
Entre los tangibles están los recursos materiales y financieros y dentro de los
intangibles los de tiempo y motivación. Todos ellos se consumen como si fuera
alimento para el alma y para el cuerpo en el camino hacia nuestra meta. En este
sentido, mientras más elevada o retadora sea esta meta, mayores recursos
tangibles e intangibles requerirá, es así que al iniciar el caminar hacia una
meta debemos constantemente ver con que contamos en cuanto a recursos para
conseguir nuestro objetivo.
Esto último, el saber con qué contamos, no necesaria y
forzosamente implica que deberemos tener todos los recursos que necesitaremos
para nuestro camino desde un principio, pero si al menos tener claridad en
cuanto a lo que se cuenta para iniciar ese caminar y en la manera en que
durante el andar se solventarán las necesidades de recursos que se vayan
presentando.
No hay nada más satisfactorio que proponerse algo y
alcanzarlo, y para ello se requiere esa claridad intelectual y esa fuerza
interior de la que hemos hablado, todo ello nos permitirá eficientar nuestro
andar ya que establecer un propósito le da sentido a nuestras acciones y
permite focalizar nuestros esfuerzos y recursos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
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