Todo en esta vida requiere esfuerzo, de la
misma forma todo esfuerzo por su misma naturaleza es desgastante; puede llegar
incluso ese momento de quiebre donde nuestra decisión sea lo único que haga la
diferencia entre lograr nuestra meta o desistir de ello.
Imagínate que hubiera sido de la historia
si Edmund Hillary hubiera desistido de conquistar el Everest, o Roald Amundsen
en llegar al Polo Sur, o Neil Armstrong en poner su pie en la luna,
necesariamente la historia hubiera sido diferente, otros se hubieran colgado
esos logros, pero no ellos.
Así como estos ejemplos, todos los grandes logros
de la humanidad, tanto en su forma individual como colectiva, han implicado
esfuerzo, esfuerzo que es proporcional en cuanto magnitud al de la meta que se
desea alcanzar; de la misma forma, esfuerzo que por su naturaleza puede llegar
a desgastar a cualquiera en el camino hacia la meta.
Este desgaste no solo es físico o emocional
sino también puede ser intelectual e incluso espiritual. Desgastarse implica
que la energía motivadora llega a niveles mínimos poniendo en riesgo nuestra
lucha por conquistar la meta.
En otras ocasiones he señalado que en estos
momentos de desgaste, igual que cuando uno toma una siesta reparadora, es
válido, y no solo válido sino incluso necesario, el tomarse un breve respiro
para recuperar nuestras energías sin pretender con ello el desistir de
conquistar nuestra meta. Aún así, el riesgo tanto del desgaste como del
descanso, es que en el primero no encontremos fuerzas para continuar nuestro andar mientras que en
el segundo por comodidad no queramos reiniciar la lucha.
Ese momento llegará. A todos nos llega en
alguna ocasión. Y la diferencia entre desistir y continuar forma parte del
milagro de ser humano: nuestra voluntad. Cuando tenemos una reserva de
motivación para avanzar podemos continuar nuestro andar ya que esa reserva
funciona como el combustible en un vehículo, pero cuando esa reserva ha
desaparecido, lo único que queda es continuar el camino solo porque así lo
deseamos, es decir, por que ejercemos nuestra voluntad para ello.
Volvamos a los ejemplos anteriores, o
incluso trae a tu mente cualquier ejemplo de logro que quieras; date cuenta de
cómo es que todos los logros permanecen en el tiempo, incluso cuando las
personas que los obtuvieron ya se han ido. De la misma forma reflexiona como es
que el esfuerzo que ellas imprimieron en conseguir esa meta ya ceso, no sigue
existiendo en la actualidad. Ahora compara ambas situaciones: esfuerzo-logro.
Si hiciéramos una analogía pensaríamos en
ese binomio esfuerzo-logro como el de una moneda y un producto; el esfuerzo es
la moneda y el logro es el producto, pero si vemos que el esfuerzo es de un
instante y que el logro es para siempre, podemos imaginar ese producto que es
el logro como algo que excede con mucho el valor de la moneda que es el
esfuerzo. Luego entonces si desistimos de conseguir nuestra meta por que el
esfuerzo nos parece demasiado pesado, pensemos que estaríamos pagando un costo
demasiado alto ya que el producto valiosísimo que es el logro lo estaríamos
cambiando por la moneda de mucho menor valor que es nuestro esfuerzo.
En esos momentos de cansancio piensa que no
hay esfuerzo que dure para siempre, pero que la meta que conquistes te
pertenecerá para toda la vida; así que recuerda: El esfuerzo es momentáneo, el
triunfo es para siempre.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en https://youtu.be/oC71HckbqHU
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