Si algo nos muestra la vida es que todo requiere de un tiempo y un momento, tiempo para llegar a la plena realización y momento para sernos perceptible, mientras ambas cosas suceden debemos seguir avanzando con ánimo pues
cuando menos lo espere uno surgirá eso que
estamos esperando.
Recuerdo cuando pequeño quise aprender a
andar en bicicleta. Creo que mi experiencia no será diferente de la de todos:
un intento tras otro, con miedo, angustia, nervios, ansiedad. Una caída tras
otras, en ocasiones ya hasta la esperaba uno. Momentos frustrantes al no poder
a pesar de lo fácil que se veía. ¡De repente el milagro!, sin saber cómo
cuando, donde o por qué se descubre uno andando en bicicleta como si hubiera
uno nacido pedaleando.
Si uno desea algo en la vida, lo que sea,
debe luchar por él. ¿Cuántas veces hemos oído eso? Creo que bastantes. Sabemos
bien que el resultado final de la lucha, al menos el esperado, es precisamente
lograr lo que queremos, pero ese logro, como cuando uno sube por una escalera,
va aparejado de pequeños avances en ocasiones imperceptibles hasta que de
repente logramos nuestro objetivo.
Pensemos en cualquier cosa que hayamos
aprendido: un idioma, una técnica, un proceso, una canción, un baile. Todo
implico poco a poco ir dominando – asimilando diría yo-lo que se requería para
que al conjugarse nos diera el pleno dominio de lo que buscábamos.
Tal vez los
ejemplos anteriores sean muy claros para nosotros, es más, tal vez incluso
cuando uno empiece alguna de las cosas mencionadas anteriormente uno mismo se
plantee que se requerirá de constancia y disciplina para lograrlas, y esto es
correcto. Pero de la misma forma esto funciona con todas las cosas en nuestra vida,
incluso con nuestra vida misma.
El carácter, la
fortaleza, el dinamismo, la voluntariedad, la trascendentalidad, son cuestiones
propias de nuestra vida, tal vez menos tangibles en cuánto a los qué y cómo se
logran, pero de mayor alcance en cuanto a nuestra existencia se refiere.
Pero de la misma
forma que los ejemplos antes mencionados, éstas devienen a la existencia cuando
es el momento preciso después del tiempo necesario.
Lo que quiero
decir es que diferencia de los ejemplos concretos iniciales, estas últimas
características no dependen tanto de uno, sino más bien de nuestra misma existencia.
A diferencia de aprender un idioma que dependerá de las horas, intensidad y
seriedad que uno dispense para ello, el carácter, la fortaleza, el dinamismo,
la voluntariedad, la trascendentalidad dependerá más bien de lo que permitamos
que la vida haga en nosotros.
Imagina una
lluvia, tenue pero constante, así es la vida. Por otra parte está la tierra
donde cae la lluvia, esa es tu existencia. Llueve y llueve y llueve y tal vez
no veas de un día para otro cambio alguno, es más tal vez no lo veas ni
siquiera de un año para otro. Pero llegará el momento en que voltees y
pasmosamente, como cuando de repente te soltaste andando en bicicleta, veas de
golpe el cambio que se ha dado en ti.
¿Cuál es el
consejo en esto? Paciencia y conciencia. Paciencia para permitir que las cosas
sucedan sin la frustración del deseo incumplido y conciencia para estar atento
todos los días, todos los meses, todos los años, para que cuando se de el cambio
estemos presentes.
Nuestra vida es
un crisol donde se funden de manera tangible en nuestra persona los deseos,
sueños, ilusiones y potencialidades, de esa fusión surgen pequeños brotes que
en su momento se convertirán en robustos árboles frondosos. Así que
no olvides
paciencia, a veces las semillas tardan en germinar pero al final todas florecen.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Este
artículo puede verse en video en http://bit.ly/1ahp4qz
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